Freixo, la ruina de la mina alemana de Monforte

carlos rueda / francisco albo MONFORTE / LA VOZ

LEMOS

CARLOS RUEDA

El abandono y la ruina reinan hoy en el viejo yacimiento de hierro, explotado durante muchos años por una empresa de capital germano y cerrado hace más de medio siglo

06 nov 2014 . Actualizado a las 11:10 h.

Un conjunto de construcciones ruinosas y varios kilómetros de galerías abandonadas es lo que queda hoy de la explotación minera más importante de Monforte, que cesó su actividad en 1960. Durante muchos años, las minas de hierro de la sierra de Freixo fueron una de las principales fuentes de empleo de la zona, ocupando a cientos de trabajadores. Durante una buena parte de su época de actividad, la explotación fue administrada por una compañía alemana bajo la dirección del ingeniero Friedrich Wilhelm Cloos, quien residió durante muchos años en la ciudad. De la importancia que llegó a tener esta actividad da una idea el hecho de que Cloos desempeñaba también el cargo de vicecónsul de Alemania en Galicia.

Durante esos años, el mineral extraído de las minas de Monforte era transportado hasta la estación ferroviaria de Canaval -en el vecino municipio de Sober-, a más de ocho kilómetros de distancia. Desde allí era conducido al puerto de Rande, en la ría de Vigo, para ser embarcado en dirección a Alemania. Para llevar el cargamento hasta Canaval, Cloos ideó un teleférico muy semejante al que se usó en la explotación minera de A Silvarosa, en Viveiro. El transporte se hacía mediante un sistema de vagonetas suspendidas en cables. La mina contó también con una pequeña línea ferroviaria.

Antiguos trabajadores

En la zona viven algunas personas de edad avanzada que trabajaron en la explotación en su última etapa de actividad. Uno de ellos es Jesús Quiroga -vecino de la aldea de As Minas-, quien se ocupó de dos grandes máquinas compresoras que hacían funcionar los martillos neumáticos usados en las minas. La electricidad que alimentaba estos mecanismos procedía al principio de la central de Barxacova, en el municipio ourensano de Parada de Sil. Más tarde Fenosa se hizo cargo del suministro eléctrico. Estos compresores, como toda la maquinaria de la explotación, se vendieron como chatarra después del cierre.

Quiroga señala que en la sierra había cerca de veinticinco minas, algunas de ellas comunicadas entre sí mediante pozos verticales. «O monte que está por enriba da aldea é como un queixo gruyère», explica. Cada mina principal tenía su propio nombre: Mina da Moura, Mina de Juana, Mina de Prado, Mina do Sete, Mina do Cinco, Mina do Dez... El mineral extraído de los túneles superiores se arrojaba a través de pozos que las comunicaban con las galerías inferiores y la mina principal. La carga caída directamente sobre unas vagonetas dispuestas sobre carriles que eran arrastradas por burros y caballerías. Estas vagonetas eran llevadas a un edificio que albergaba el lavadero y el cargadero de mineral, a unos doscientos metros de la mina más próxima. Unas máquinas se encargaban de triturar y lavar el mineral, que pasaba después a unas cintas transportadoras. Allí trabajaban varias mujeres que retiraban los trozos de pizarra y otras piedras que no contenían hierro. El mineral iba a continuación al cargadero y de ahí a las vagonetas del teleférico.

Severino Diéguez, un vecino de la cercana localidad de Riocovo, empezó en 1952 a trabajar en las minas achicando el agua de las galerías, pero cinco años más tarde se encargó de la vigilancia del teleférico. Para cumplir este cometido debía recorrer un sendero que pasaba por debajo de esta estructura y observar el paso de las vagonetas. Llevaba consigo un teléfono para avisar al servicio de mantenimiento cuando detectaba algún problema. «Cando aparecía unha avaría, o que pasaba con bastante frecuencia, tiña que chamar ao mecánico», dice. Diéguez estuvo trabajando en las minas hasta 1965, cinco años después de que cesase la actividad extractiva. Junto con otros ocho trabajadores, se ocupaba de vigilar y mantener limpias las galerías.

Los antiguos trabajadores dicen por otra parte que la labor en las minas era peligrosa y los accidentes eran muy frecuentes. Quiroga recuerda un derrumbe en el que quedó atrapado un minero dentro de un túnel. El trabajador salvó la vida, pero a costa de perder una pierna. En las galerías brotaban muchos manantiales, por lo que se inundaban muy a menudo y era preciso achicarlas constantemente.