Efectos secundarios de la sobreprotección

> Ana T. Jack anatjack@edu.xunta.es

LA VOZ DE LA ESCUELA

PACO RODRIGUEZ

Claves para evitar sus consecuencias negativas en los hijos

10 dic 2014 . Actualizado a las 11:59 h.

Elena vive a dos kilómetros escasos del instituto, pero su madre «por si acaso» prefiere llevarla cada día en coche. Hoy, antes de salir de casa, le ha preparado la merienda para que coma algo a media mañana. «¡Si es que esta niña no ha desayunado nada! Claro, le tengo que insistir para que se levante y luego no tiene tiempo para desayunar con calma». Una vez en el párking del instituto, se asegura de que su hija no se deja la mochila en el coche: sabe que hoy le toca entregar las láminas de Tecnología y los deberes de Matemáticas. Si no estuviera ella siempre detrás se olvidaría de hacer trabajos y de preparar exámenes.

Hoy, además, se queda vigilando desde el coche la entrada de su niña al patio del instituto. Sabe que ayer se enfadó con su amiga Sara y quiere ver si va a hablar con ella o no. Lo cierto es que vio tan disgustada a Elena que no tuvo más remedio que llamar por teléfono a la madre de Sara para pedirle que hiciera entrar en razón a su hija. Aún encima va y le contesta que son cosas de crías, y no debemos meterse. «De eso nada, a mi pequeña Elena no le hace sufrir nadie mientras yo pueda evitarlo», le respondió. Ahora que ya han entrado todos los estudiantes a clase, se dirige hacia la entrada del centro escolar para pedir de forma urgente hablar con el director. «No voy a permitir que desde el instituto se queden con los brazos cruzados. ¡Alguien tiene que hacer algo! No soporto ver llorar a mi hija».

Cuando sobreprotegemos a nuestros hijos calmamos nuestra propia angustia de que algo malo les pueda pasar. Así les evitamos las pequeñas frustraciones del día a día pero al mismo tiempo les transmitimos un mensaje subliminal muy destructivo: «Tú solo no eres capaz», «No confíes en ti mismo», «Tú no puedes».

En la práctica, el lastre que significa ser hijo de padres sobreprotectores tiene las siguientes consecuencias:

n Son niños inseguros y nerviosos. Sus progenitores les han transmitido todos sus miedos, por lo que han perdido la confianza en sí mismos.

n Su autoestima es baja. Son conscientes de que deberían atreverse a enfrentarse a actividades que otros niños de su edad sí realizan.

n Son poco autónomos y muy dependientes.

n No saben cómo resolver problemas por sí mismos. Les cuesta programar los pasos que hay que seguir para alcanzar un objetivo.

n Tienen frecuentes problemas interpersonales. Están acostumbrados a que sus padres intervengan en los conflictos con sus iguales. No han tenido oportunidad de madurar sus habilidades sociales.

n En el ámbito escolar, es frecuente que manifiesten problemas de adaptación y que se sienten incomprendidos. Les suele costar respetar las normas y asumir sus responsabilidades.

n Tienen poca tolerancia a la frustración. Quieren ganar siempre y cuando eso no sucede se enfadan y explotan. Le temen al fracaso, ya que no han tenido la oportunidad de fallar y perseverar hasta lograr las metas por sí mismos.

En definitiva, los padres sobreprotectores actúan con la mejor de las intenciones para proteger a sus hijos. Pero lo que consiguen es, justamente, el efecto contrario. Las emociones negativas, como la frustración, son el mejor entrenamiento para convertirse en adultos equilibrados y felices.