La solidaridad no es solo una actividad

La Voz

LA VOZ DE LA ESCUELA

ALBERTO LÓPEZ

Se convierte en valor cuando responde a una profunda actitud personal

27 nov 2013 . Actualizado a las 11:44 h.

Las actividades solidarias están muy bien. Son imprescindibles en muchos momentos. Son sin duda ejemplares y admirables, especialmente ahora, cuando todo chirría por todas partes, se muere gente, domina la angustia y no se ve fácilmente el camino de salida. Las actividades son, por supuesto, un excelente paso inicial, una urgente forma de estar ahí y de ayudar sin más, incluso sin pensar si se trata de un valor o del mérito que todo eso pueda llevar consigo. Se ayuda, se da la mano, incluso se arriesga sin esperar siquiera agradecimiento alguno. Me necesitas, ahí estoy.

Sin embargo, la educación de los alumnos puede ir más allá. Y no dejar que la solidaridad se acabe, por más que la actividad toque a su fin porque el problema se arregló o la situación está en camino de superarse por sí misma.

INDICADORES DE UN VALOR

Raths&Simon (1966) formularon 7 indicadores y una serie de descriptores que marcan el rastro de la existencia de un valor personal que podemos aplicar al mundo de la solidaridad, que tanto abunda, por suerte, y que es empuje de miles de voluntarios por todo el mundo.

1. Elección libre. Sería la primera señal para la identificación de que las actividades de ayuda que practicamos son ya un valor. No basta colaborar, aunque está muy bien hacerlo, aunque a veces lo ponemos en práctica porque lo hacen todos o echas una mano porque estabas allí.

2. Alternativas. La segunda señal para comprobar que lo que hacemos y ayudamos es ya un valor personal es que, teniendo otras alternativas posibles y gustosas para nosotros, las dejamos y nos ponemos a arrimar el hombro o lo que haga falta para poner en acción todo lo que sea necesario.

3. Consecuencias. ¡Ahí le duele! Es la prueba dura: cuando comienza a costarte y te salen callos en las manos, se te cierran los ojos de sueño, ves que otros que comenzaron contigo abandonaron, la tarea genera monotonía y se te va el encanto del primer día; si aguantas las consecuencias, valor tenemos.

4. Satisfacción. Aunque no te sonría la cara y te duelan los brazos, notas que has crecido por dentro, a pesar de que la riñonada te incline hacia el suelo. Superas con ganas tus heridas de guerra, por llamarles de algún modo, y sigues con un punto más de bienestar por el logro cumplido. Fuiste capaz.

5. Publicidad. Es una señal que no se parece en nada al autobombo. Sin darte cuenta, hablas de ello, piensas, le das vueltas, lo comunicas, te enredas contándolo a todos los que quieren compartir ese modo de prestar ayuda, formas una peña de amigos con los que antes apenas hablabas.

6. ¡Acción! Ahora sí: actividad total, según tiempos y formas posibles, pero no fallas. No, mañana no puedo porque tengo que... Pero ya no es el ir porque te toca o te han invitado. No es, sin más, una actividad: es tu trabajo, tu tarea, no pierdes tiempo, aunque no sea mucho el que puedas dedicarle. No fallas.

7. Repetición. No solo el acto de volver una y otra vez a tu compromiso sino incluso la forma de hacerlo mejor, más efectivo, más divertido, si cabe decirlo así. Y una clave final, señal inequívoca de que el valor de la solidaridad, u otro diferente, está a punto de lograrse: el que hace un cesto, hace un ciento. Y el valor puede repetirse, cambiando de actividad, allí donde la necesidad esté y uno pueda ayudar.

En el Panel de la 2 hacemos un ejercicio de los 7 indicadores con el apoyo de 7 ocurrentes y dialogantes videos.