El presidente cisne y el presidente pato

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

INTERNACIONAL

27 may 2017 . Actualizado a las 12:00 h.

No solo Donald Trump, también Barack Obama ha estado de visita estos días por Europa, lo que ha llevado a las inevitables comparaciones entre el presidente cisne y el presidente pato. Las cámaras han ayudado a reforzar esa dicotomía buscando ávidamente las torpezas de Trump: sus poco delicadas palabras a los socios de la OTAN para que apoquinen, su brusco empujón el primer ministro de Montenegro para ponerse en el centro de la foto, su sobreactuado apretón de manos al presidente francés Macron que parecía casi un torniquete.

Es quizás inevitable que se ponga el foco en el circo Trump. Pero se corre el riesgo de quedarse en ese chascarrillo permanentemente. También Obama tuvo su momento grosero en el G7 de hace dos años cuando le dio la espalda al primer ministro iraquí Haider al-Abadi, y también él se ha enzarzado en unos cuantos apretones de manos torpes. Vienen a la memoria el de Putin, el de Peña Nieto y Trudeau, el de Raúl Castro en su visita a Cuba, el de Abbott y Abe...

Nadie se acuerda ahora, pero en su última cumbre del G7 Obama decepcionó a todos los que esperaban que aprovechase su visita a Hiroshima para expresar algún tipo de disculpa por la destrucción de la ciudad en 1945. También Obama, en fin, se quejaba de que en la OTAN solo pagaba Estados Unidos y llegó a llamar directamente «gorrones» (free riders) a sus socios de la Alianza.

Y es que las abismales diferencias de carácter y saber estar entre los dos presidentes no deben hacernos perder de vista la continuidad esencial que existe en la política norteamericana con respecto a Europa. Para Estados Unidos, Europa siempre ha sido tanto un aliado como un rival, un socio comercial y a la vez un competidor. Con menos elegancia, Trump no hace sino proseguir la vieja línea diplomática de Washington, según la cual Europa apenas existe como artefacto político. Para asuntos de seguridad, les basta con Gran Bretaña; para cuestiones militares, la OTAN; en economía, el único interlocutor de peso es Alemania.

Relación asimétrica

La relación entre las dos orillas del Atlántico sigue siendo claramente asimétrica, como se pudo ver en la cumbre de la OTAN, en la que los estados miembros, que como niños traviesos habían fantaseado con hacer rabiar a Trump, acabaron doblegándose a sus exigencias apenas levantó la voz. En cuanto al inefable Jean-Claude Juncker, tan dado a tirar la piedra y esconder la mano, se burlaba mucho de Trump cuando estaba a 6.000 kilómetros pero tan pronto lo ha tenido delante ha buscado congraciarse con él con una obsequiosidad que rozó el servilismo.

También Trump ha rectificado con respecto a Europa. No por humildad sino por falta de alternativas; porque su visita confirma lo que ya se sabía, que es un hombre sin ideas, sin proyecto. Ni siquiera tiene el pragmatismo del empresario ni esa habilidad de gran negociador de la que tanto alardeaba. Es por eso por lo que, ante la duda, parece que ha decidido refugiarse en el burladero de la política norteamericana de siempre: Arabia Saudí, Israel, la OTAN... Sota, caballo, rey...

Muchos lo verán con alivio: del mismo modo que Trump no está teniendo ningún impacto importante en su país, tampoco es probable que vaya a tenerlo en la esfera global.