La sorpresa de las elecciones francesas que todos esperaban

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

INTERNACIONAL

PASCAL ROSSIGNOL | Reuters

Los resultados son una revolución en el paisaje político francés: la presidencia van a disputársela un partido en los márgenes de la respetabilidad y un independiente que apenas acaba de fundar su movimiento político

30 may 2017 . Actualizado a las 13:46 h.

Los resultados de los sondeos a pie de urna el domingo en Francia eran diabólicos. No solo no indicaban un claro ganador en el primer turno, sino que colocaban hasta cuatro partidos prácticamente dentro del margen de error de las encuestas. La única guía eran las caras largas y los entusiasmos. Al final, el torrente de apoyos a Emmanuel Macron para la segunda vuelta hacía suponer que el duelo final se libraría entre este y Marine Le Pen.

En apariencia, es toda una revolución en el paisaje político francés: la derecha y la izquierda tradicionales se quedan fuera y la presidencia van a disputársela un partido en los márgenes de la respetabilidad y un independiente que apenas acaba de fundar su movimiento político. Pero quizás se exagera un poco la singularidad de este hecho. El sistema electoral de la V República está diseñado para funcionar precisamente así. Lo creó De Gaulle, muy deliberadamente, para limitar la influencia de los partidos y aupar al poder figuras carismáticas, más o menos independientes, como él mismo.

Por otra parte, Le Pen y Macron no están tan fuera del sistema como aparentan. Lo cierto es que el Frente Nacional evolucionó hace tiempo hacia una derecha populista no muy diferente de la que gobernó durante años Italia en el contexto del berlusconismo a través de la Liga Norte y Alianza Nacional. En cuanto a Macron, su ascenso del cero al infinito no ha sido un milagro, sino una necesidad. Hay que entenderlo como un producto del vacío creado en los dos partidos tradicionales, agotados por las luchas internas y el vicio de las primarias. Simplemente, alguien tenía que parar a Le Pen y el honor ha recaído en él por defecto. Aunque a veces se le elogie llamándole populista, se trata de un candidato netamente del sistema, un hombre asociado a la banca que se afilió al partido socialista cuando este era el partido del poder, un enard, un licenciado de la elitista Escuela Nacional de Administración (ENA) que ha nutrido de ministros todos los Gobiernos de la historia reciente de Francia.

Esta ambigüedad ideológica de Macron va a ser su gran baza de cara a la segunda vuelta. Ya no puede absorber mucho más voto socialista porque poco queda, pero tiene todavía una veta considerable que explotar en los seguidores de François Fillon, que ya le ha dado su apoyo expreso para la segunda vuelta.

Ósmósis incómoda

Por el contrario, Marine Le Pen apenas cuenta con margen para mejorar el resultado del domingo. Puede recibir un poco del voto de Fillon, sobre todo del sector católico, pero va a ser muy difícil que compense el que vaya a parar a Macron. Su única esperanza es, curiosamente, el buen resultado del izquierdista Mélenchon. Existe una incómoda pero indudable ósmosis entre los dos electorados, como se ve en el gráfico de la intención de voto en la recta final de campaña, en el que la subida de Mélenchon reflejaba, punto por punto, la caída del Frente Nacional en el mismo período. Será interesante ver cuántos sufragios atraviesan esta frontera porosa.

Por el momento, ayer noche, Mélenchon se negaba a dar una consigna a sus seguidores para la segunda vuelta.