La dama de hierro también tiene sentimientos

Patricia Baelo BERLÍN / E. LA VOZ

INTERNACIONAL

Un niño afgano se echa a llorar tras recibir un abrazo de Angela Merkel

30 nov 2016 . Actualizado a las 07:49 h.

Hace un año y pico, Angela Merkel se ganó más que nunca el sobrenombre de dama de hierro, cuando en un acto televisivo provocó el llanto desconsolado de la adolescente palestina Reem, cuando le explicaba en perfecto alemán que sobre su familia pendía la amenaza de ser deportada. La canciller respondió entonces que la locomotora europea no podía acoger a todos los inmigrantes, y que aquellos sin perspectivas de quedarse, deberán regresar a sus países de origen. De poco sirvieron las posteriores caricias de consuelo de Merkel, que durante meses fue tachada de fría y calculadora.

Sin duda, la jefa del Gobierno alemán ha aprendido la lección. En verano invitó a Reem a la cancillería y su familia recibió el permiso de residencia hasta octubre del 2017. La noche del lunes se emocionó con el apoyo incondicional que le expresó un niño afgano durante un congreso regional de su partido celebrado en Heidelberg. «Le doy las gracias, señora Merkel. Me alegro mucho, mucho», confesó Edris, que iba acompañado por un voluntario que trabaja con refugiados. Merkel le respondió elogiando su buen alemán. No contento con ello Edris, pidió saludarla en persona, tras lo cual la canciller descendió las escaleras del podio para estrechar la mano al pequeño y abrazarle, arrancándole así lágrimas de felicidad. La historia se repite, pero a la inversa.

Además, la emotiva escena se producía instantes después de que, desde el auditorio, un correligionario instara a la mandataria a dejar el cargo. «Señora Merkel, dimita», le increpó Ulrich Sauer, que la acusa de haber hipotecado el país con su política de refugiados. La líder de la CDU, que confirmó hace unos días su intención de optar a la reelección en el 2017, afirmó que ayudará a aquellos que lo necesiten, «porque huyen de la guerra, la persecución y el terrorismo». Una postura que ha defendido desde que estalló la crisis migratoria y que, aunque estuvo a punto de granjearle un Nobel de la Paz, también le ha valido dardos de sus colegas de partido y, sobre todo, de la CSU, el socio más conservador de la gran coalición.