Un incendio en el gigante BASF aventa los miedos de Alemania

patricia baelo BERLÍN / E. LA VOZ

INTERNACIONAL

ULI ZIEGENFUSS | EFE

Un simple accidente no tardó en interpretarse como terrorismo

18 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

A día de hoy nadie duda que desde hace meses la primera potencia europea vive sumida en un estado de paranoia ante la amenaza terrorista. Una psicosis que se ha agravado aún más, si cabe, tras la detención la semana pasada de Jaber Albakr, el sirio de 22 años que planeaba atentar contra un aeropuerto de la capital alemana y que terminó suicidándose en prisión, cerrando así un caso que estuvo plagado de errores policiales. Ayer mismo las autoridades evacuaron siete escuelas de la ciudad oriental de Leipzig, después de haber recibido un correo electrónico anónimo que amenazaba con cometer «actos violentos» a lo largo de la mañana, como respuesta a la muerte del presunto yihadista vinculado con el Estado Islámico.

Un par de horas más tarde la policía local desactivó la alerta, convencida de que resultaba «muy poco probable» que existiera un vínculo entre el mensaje, que fue enviado a unos veinte colegios del país, y Albakr, cuyo hermano había advertido en televisión de que «vengaría su muerte». Pero también el sur de Alemania amanecía este lunes con la alarma activada, a raíz de la amenaza de bomba que recibió una escuela de la ciudad de Reutlingen. Finalmente resultó tratarse de un hombre de 32 años que sufría algún tipo de trastorno psíquico y que fue detenido por las autoridades.

Dos muertos

Mientras tanto, en el oeste del país dos personas morían y otras dos resultaban heridas, debido a una explosión registrada en Ludwigshafen, donde se encuentra la sede central del gigante químico alemán BASF. Un grave accidente que no tardó en interpretarse como un atentado terrorista. «Durante unos trabajos en unas tuberías se produjo una explosión que resultó en un incendio», explicó la empresa, que descartaba así la hipótesis yihadista, al tiempo que reconocía que los productos químicos lanzados a la atmósfera podrían suponer un riesgo para la salud. Por eso, la compañía pidió a los habitantes de la zona que «eviten permanecer en espacios abiertos y mantengan las puertas y ventanas cerradas».

Uwe Liebelt, responsable de la planta de Ludwigshafen, la mayor central química del mundo, aseguró que «los daños económicos» sufridos son «irrelevantes» y subrayó que su «gran problema» son los damnificados por la explosión. Para más inri, el suceso ocurría solo tres horas después de que en la planta de BASF en Lampertheim, situada a apenas 30 kilómetros de la de Ludwigshafen, un filtro explotara por motivos aún sin aclarar, hiriendo a cuatro personas, dos de ellas de gravedad. La empresa, que en 2015 redujo considerablemente sus ingresos debido a la caída de los precios del crudo, ha detenido la actividad en los dos centros afectados temporalmente.