Dilma Rousseff, la «guerrillera» pierde su última batalla

Isaac Risco DPA

INTERNACIONAL

UESLEI MARCELINO | Reuters

Sus simpatizantes defienden que el polémico proceso solo ha servido como excusa para poner fin a los más de 13 años de Gobierno de izquierdas del PT

31 ago 2016 . Actualizado a las 22:59 h.

A Dilma Rousseff siempre le gustó definir su biografía en términos de lucha. Desde sus días como joven militante clandestina de izquierdas, la recién destituida presidenta de Brasil acostumbra ver las etapas de su vida como batallas, ya sea contra la dictadura o la enfermedad o, como en el último caso, frente a lo que consideraba una injusticia. «Quien cree, lucha», decía una aguerrida Rousseff el lunes en el Senado, donde prometía «resistir siempre» apenas horas antes de ser destituida definitivamente de su cargo.

La exguerrillera perdió este miércoles finalmente su último combate político, cuando el Senado avaló la revocación prematura de su mandato, suspendido ya desde el 12 de mayo, por considerar que había violado la Constitución al aprobar maniobras fiscales para ocultar el déficit estatal en el 2015.

Quizá haya sido también esa visión personal, el áspero carácter político de la mandataria de 68 años, lo que la llevó a un callejón sin salida. Rousseff, elegida presidenta en el 2010 como heredera del carismático Luiz Inácio Lula da Silva, perdió la votación en el Senado con sólo 20 apoyos, la mayoría de su Partido de los Trabajadores (PT), frente a los más de dos tercios (61 de 81) que consiguieron reunir sus adversarios políticos.

Muchos analistas especulaban con que ahora incluso aliados cercanos abandonarán pronto a la expresidenta, conocida por su desdén por el diálogo y su impaciencia a la hora de negociar. Sus detractores la tildaban de soberbia, aunque Rousseff conservó siempre la fama de política honesta de sus mejores días. Muy pocos se atrevían a cuestionar directamente su integridad.

Tampoco la retórica ayudó sin embargo a la exmandataria, que calificó hasta el último minuto como «golpe de Estado» al controvertido procedimiento legal que cortó el segundo mandato para el que había sido reelegida en el 2014. No sólo el nuevo presidente, su ex socio político Michel Temer, sino muchos analistas defendían la legalidad del «impeachment».

Rousseff es el segundo el segundo jefe de Estado brasileño en ser destituido después de Fernando Collor de Mello en 1992.

Los simpatizantes de la mandataria, en cambio, consideran que el polémico proceso sirvió únicamente de excusa para poner fin a los más de 13 años de Gobierno de izquierdas del PT. Las «ruedas» o «pedaladas fiscales», como se denomina en Brasil a los trucos contables para maquillar el déficit público, ya eran habituales en Gobiernos anteriores. «La interrupción de un mandato concebido por el sufragio universal debería ocurrir sólo en casos extremos», consideraba en el Senado el economista Luiz Gonzaga Belluzzo, que testificó a favor de Rousseff. «Y no creo que estemos ante uno», aseguraba.

Otros observadores como el politólogo Bolívar Lamounier apuntaban en cambio a la «incompetencia como gestora» de Rousseff como uno de los motivos que justificaban su destitución tras cinco años y medio de Gobierno.

Para Rousseff, así como para muchos de sus aliados, la caída en desgracia de la primera mujer en la presidencia del quinto país más grande del mundo estuvo en parte también ligada a los prejuicios de una sociedad aún conservadora y machista.

Dilma Rousseff, nacida el 14 de diciembre de 1947 en Belo Horizonte como hija de un inmigrante búlgaro y una maestra, asumió la presidencia el 1 de enero del 2011 como la «elegida» de Lula, el político que llevó a Brasil a primera línea del escenario mundial. La exministra de Minas y Energía y jefa de Gabinete de Lula heredó un país en ebullición, convertido en la séptima economía del mundo y potencia emergente tras sacar a unos 40 millones de personas de la pobreza.

La crisis, el visible desgaste del modelo económico y los escándalos de corrupción, sobre todo en torno a la petrolera semiestatal Petrobras, hundieron sin embargo pronto las perspectivas del gigante sudamericano. La economía brasileña se contrajo en un 3,8 por ciento en el 2015 y podría retroceder en otro 3,3 % este año.

Rousseff, la mujer de imagen indómita y pasado revolucionario, llegó así malherida a su última batalla como presidenta. «Cancelar en definitiva mi mandato es como someterme a una pena de muerte política», decía el lunes la dirigente que derrotó a un cáncer linfático en el 2009 y que fue torturada por la dictadura militar en los años 70. Su veredicto parecía certero en los primeros instantes del amargo final de su presidencia.

«Esta historia no acaba así», dijo ya como ex presidenta la mujer que derrotó a un cáncer linfático en el 2009 y que fue torturada por la dictadura militar en los años 70. «La interrupción de este proceso por un golpe de Estado no es definitiva. Nosotros volveremos», prometió.