Los relojes parados

INTERNACIONAL

El reloj que se detiene es como un mundo que deja de respirar. Como en Amatrice, donde sus habitantes víctimas pasaron sin más del sueño a la muerte

27 ago 2016 . Actualizado a las 11:00 h.

Cuando murió Kafka, el reloj astronómico del Ayuntamiento de Praga se paró y se quedó ahí durante un tiempo, rumiando las cuatro en punto, la hora del entierro del escritor. A veces, los relojes tienen esa deferencia con los momentos solemnes. El del Ayuntamiento de Hiroshima se quedó congelado en la hora más terrible del siglo XX, las 8.15. No solo ese; todos los relojes de la ciudad se pararon justamente en ese momento, y ahí siguen.

También en Amatrice, el pueblo destruido casi por completo en el terremoto de esta semana en Italia, el viejo reloj de la torre se quedó parado a las 3.36 de la madrugada, el momento en que golpeó el temblor de tierra. Es un detalle insignificante en toda esta tragedia, pero quizás la resume, porque una tragedia es precisamente un instante de dolor que queda congelado en el tiempo y se prolonga durante años. En la España de los Austrias y en la Inglaterra victoriana existía la costumbre de parar a propósito los relojes en la casa de un difunto, justamente para remarcar que la vida no es más que el tiempo que nos queda. Su fin es el fin de todo y el reloj que se detiene es como un mundo que deja de respirar. Como en Amatrice, donde sus habitantes víctimas pasaron sin más del sueño a la muerte.

Me he fijado en que aparece en casi todos los terremotos este detalle del reloj parado, perdido en medio de la información. De hecho, el mundo está lleno de estos relojes muertos que se han quedado meditando el instante de un cataclismo del pasado. En Zagreb hay uno en la catedral que marca siempre las 7.03, el momento del terremoto de 1880. El de la estación de ferri de San Francisco se quedó en la hora del de 1906. El de la estación de ferrocarril de Skopie, en Macedonia, que hoy es un museo, sigue marcando las 5.17. Fue cuando el desastre de 1963 dejó más de un millar de muertos y 200.000 refugiados. El de la catedral de Jacmel, en Haití, no señala el primer temblor del 2010 sino el segundo, mucho más devastador, de las 5.37. En Christchurch, Nueva Zelanda, también querían conservar el reloj de la estación de tren, que se había quedado detenido en el terremoto del 2010, pero al año siguiente otro temblor lo destruyó. Ese mismo temblor paró otro reloj en Victoria Street a las 12.51. En este caso se decidió que era mejor arreglarlo. Pero en el 2016 otro más volvió a pararlo a la 1.13. Es como si algunos relojes, como las personas, se resistiesen a recordar.

Esos relojes mudos cuentan historias otras veces. Pienso en los que se conservan del terremoto del 2011 de Japón. El del Ayuntamiento de Tomioka se paró a las 2.46, que fue cuando tembló la tierra. Otro, electrónico, de una barbería, se quedó en las 2.53, cuando se fue la luz. Y se conserva otro que apareció en una farmacia, cubierto de lodo. Marca las 3.36, el momento en el que llegó el tsunami que ahogó a más de 15.000 personas.

Volviendo a Amatrice: el alcalde quiere ver un signo esperanzador en el hecho de que la torre del reloj haya sobrevivido al terremoto. En efecto, esa Torre Civica del siglo XIII construida en piedra arenisca es el símbolo de este hermoso pueblo, de donde antaño salían los cocineros de los papas y que últimamente se había convertido en un santuario para huir del asfixiante calor del verano romano. Sí, es posible que Amatrice resurja de sus ruinas. Ojalá. Pero más bien parece que si la torre del reloj sigue en pie habrá sido, como en tantos otros lugares del mundo, para que el recuerdo de los que se han ido no se pierda del todo.