No era Raqqa, era Columbine

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

INTERNACIONAL

24 jul 2016 . Actualizado a las 14:32 h.

El viernes fue un día de confusión, no solo en Múnich sino en todos los medios de comunicación del mundo. El sábado, inevitablemente, muchos periódicos salían a la calle hablando de tres tiradores, de fusiles de asalto, de gritos de «Allahu akbar!», de posibles paralelismos con atentados del Estado Islámico? Todo equivocado. Como tampoco acertó la pista alternativa surgida ya tarde y que apuntaba a un ataque de la extrema derecha. Pero es normal el error cuando todo es confuso. Aparte de la tragedia en sí, eso es lo que debería invitar a la reflexión. Múnich, más claramente que otros casos similares, revela hasta qué punto el terrorismo yihadista ha logrado su objetivo de colocar a Occidente en un permanente estado de excepción y estupor. Y no es bueno que sea así.

Se puede comprender la reacción de la policía alemana, pero conviene estudiarla y cambiarla. Estaba todavía reciente el ataque de un refugiado afgano en un tren en Baviera -ese sí, un atentado islamista-. Pero la reacción ante las noticias de un tiroteo en el centro de Múnich fue a todas luces exagerada. No solo se desplegaron más de 2.300 agentes en la zona cero del atentado, sino que incluso se solicitaron también refuerzos de la vecina Austria. Esta acumulación de efectivos en un área espacial tan pequeña no hizo sino incrementar la confusión y entorpecer la propia acción de la policía. Las alertas de múltiples tiradores en distintos lugares provistos de armas largas, que tanto caos generaron, no eran sino identificaciones erróneas de esos mismos policías tomados por atacantes. Una ceremonia del pánico amplificada por el narcisismo de las redes sociales disfrazado de colaboración ciudadana. El acordonamiento de la zona y el despliegue de una sola unidad de élite hubiese sido mucho más eficaz.

Al final, no había tres francotiradores actuando al unísono en el corazón de Múnich; solo un joven de 18 años armado con una simple pistola. Ali Sonboly, que así se llamaba el muchacho, no estaba inspirado por Raqqa, la capital del Estado Islámico, sino por Columbine (Colorado), el triste símbolo de los asesinos adolescentes de masas. En su casa la policía ha encontrado una traducción de ¿Por qué matan los chavales?: La mente de los francotiradores adolescentes, un libro que analiza, precisamente, aquella masacre de 1999 en Columbine y otras parecidas. Como la que ya llevado a cabo el propio Ali: una matanza desconcertante y vacía. Su origen iraní no tiene aquí importancia. Tampoco se puede considerar un atentado de extrema derecha, a pesar de que Ali admirase a Anders Breivik, el criminal múltiple de Oslo. Lo que le fascinaba de él no era su ideología sino la frialdad con la que había matado a jóvenes de la misma edad que los que Ali odiaba porque le habían maltratado en el colegio. La mente humana es un misterio.

Aunque del Estado Islámico se puede esperar cualquier cosa, es poco probable que vayan a reivindicar también esta tragedia. Pero no deja de ser una victoria para ellos; porque la reacción de la policía alemana, y la de todos nosotros, demuestra que ya casi se han hecho con el monopolio de nuestros miedos.