Pesadilla de una noche de San Juan

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado ESCRITOR Y PERIODISTA

INTERNACIONAL

Ed

La campaña por la salida ha sido agresiva, simplista, a ratos rozando la xenofobia. La campaña por la permanencia no ha sido mucho mejor: elitista, condescendiente, incluso despectiva

25 jun 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

David Cameron pecó de irresponsable al fijar el referendo sobre el brexit para el jueves pasado. Sobre todo por el día elegido: el 23 de junio, el día de San Juan, que en Gran Bretaña se conoce como Midsummer, la mitad del verano. Es la fecha en la que Shakespeare sitúa su Sueño de una noche de verano (Midsummer’s Night Dream) precisamente porque existía la creencia de que en esa noche la luna hacía que ocurriesen cosas extrañas, locuras.

Resultó ser así. El referendo se ha manifestado como una de esas locuras a luz de la luna. Como en la pieza del Bardo: un caos de desencuentros, amores y odios repentinos, engaños y disparates.

Cuando en 1945 Winston Churchill quiso convocar el primer referendo de la historia de Gran Bretaña para prolongar su Gobierno de guerra, su vice primer ministro, el laborista Clement Attlee, se opuso. Decía que ese era un instrumento propio de las dictaduras y «ajeno a las costumbres británicas». Y esta consulta del brexit parece que le ha dado la razón a Attlee. Estuve allí en la campaña unos días, tomando notas, y nunca vi nada igual en ese país. La campaña por la salida ha sido agresiva, simplista, a ratos rozando la xenofobia. La campaña por la permanencia no ha sido mucho mejor: elitista, condescendiente, incluso despectiva. Muchos han votado irse por miedo al diferente, y muchos han votado quedarse por odio a los que opinan diferente. El resultado es un voto visceral, una indigestión más que una decisión. El Reino Unido es ahora un reino desunido.

Otros han agravado una situación ya de por sí grave. Bruselas, con sus amenazas de apocalipsis si Gran Bretaña se iba, porque creía que no se iba a ir. También los mercados financieros, que, creyéndose los pronósticos de las casas de apuestas, se lanzaron a comprar como posesos, pensando que era una buena oportunidad de hacer dinero.

Hasta que se fue la luna oronda de San Juan, la patrona de las locuras, y los rayos del sol mostraron la verdad: un lugar incierto.

Ya solo queda valorar los desperfectos, contar los platos rotos, tratar de limitar el daño. Quizás sea también el momento de preguntarse si tenía sentido levantar el castillo de naipes de la UE sobre la suposición de que, quienes no lo querían, se acabasen acostumbrando a él a la fuerza. Siempre se habla del sueño europeísta, pero quizás, al final, se trate de un sueño como el de los personajes de la obra de Shakespeare: una fantasía inducida artificialmente por un filtro que se administra sin preguntar y que, luego, cuando pasa el efecto, no hay nada.

El Sueño de una noche de verano de Shakespeare transcurría en una Grecia de antes de la crisis y terminaba bien. Por eso, ayer temprano, medio dormido, viendo en televisión a la funcionaria encargada de comunicar el resultado oficial del referendo, me pareció por un momento que iba a pronunciar el famoso monólogo final de Puck en la obra, en el que pide perdón por todos los malentendidos y dice que todo está arreglado: «Si nosotros, vanas sombras, os hemos ofendido, / pensad solo en esto y todo está arreglado: / que os habéis quedado aquí durmiendo / mientras han aparecido estas visiones. / Y esta débil y humilde ficción / no tendrá sino la inconsistencia de un sueño». Pero no dijo eso. Leyó los números como quien dicta una sentencia, y lo que se esfumó, como en el despertar de un sueño, era la Unión Europea con todas sus virtudes y sus pecados.