«Amiga, estoy mucho mejor que en Idomeni»

LETICIA ÁLVAREZ LA VOZ EN IDOMENI

INTERNACIONAL

PHILIPPE HUGUEN | AFP

Así es la vida en los nuevos campos griegos alejados de la frontera

28 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Siguen durmiendo en tiendas de campaña y haciendo cola para comer. Están separados por nacionalidades y bajo vigilancia. Recorremos tres centros representativos de la nueva vida de los refugiados evacuados de Idomeni: naves industriales habilitadas a contrarreloj, campos abiertos o asentamientos apartados sin apenas medios. Los migrantes entrevistados coinciden en todos que sus condiciones son mejores.

«Ponte este pañuelo, cámbiate la chaqueta y entra con nosotros». Así nos recibe Nedal en el campo de Oreakastro, una nave industrial con presencia militar. Las reglas son estrictas y solo pueden pasar voluntarios acreditados y oenegés que operan en el interior como la griega Praksis. El campo tiene asistencia médica y los refugiados reciben tres comidas al día. «Amiga, estoy mucho mejor que en Idomeni», dice el pequeño Amir mientras mira un capítulo de Spiderman. «Aquí está todo más limpio, no hay barro ni viento», explica Sidra de seis años, chapurreando el español que aprendió con los voluntarios.

«Dormimos ocho personas en una tienda. No estamos mal pero necesitamos ropa de verano. Antes los voluntarios nos traían de todo pero hasta aquí no llegaron todavía», relata Fátima. Su familia logró una cita con la oficina de asilo la próxima semana. «Si todo va bien en unos meses nos iremos de aquí, así que estamos tranquilos». Oreokastro guarda la esencia de Idomeni, con negocios de migrantes donde venden comida y hasta gafas de sol. Tampoco falta un barbero y la llamada a la oración.

A pocos kilómetros está Diavata, un campo abierto con seguridad en la entrada. En el patio los refugiados montan un escenario. Los alumnos de la Universidad de Salónica organizaron un concierto y darán una charla informativa, explica Panaiota. «Los animales viven mejor en Europa pero sabemos que estamos en uno de los mejores campos. El jefe militar compró un ordenador para que pidiéramos cita en la oficina de asilo», dice Bahgat, un kurdo de Afrin.

Los vecinos de Ismail, un costurero de Alepo, se marcharon hace dos semanas a Holanda con el plan de reubicación europeo. En menos de un mes su familia conocerá el destino que les asignaron. «Nosotros también estuvimos en Idomeni pero cuando cerraron la frontera vinimos aquí y es la mejor decisión que pudimos tomar. No nos importa el país al que nos manden, solo queremos que los niños vuelvan al colegio», explica. En este campo las tiendas tienen camas aunque el calor dentro es insoportable y en mayo el sol ya empieza a picar en Grecia.

Una situación muy distinta viven los cerca de 500 kurdos escondidos en un polígono a las afueras de Salónica. Las personas realojadas en Lete, Deveni, no tienen duchas ni asistencia sanitaria. Tampoco hay oenegés, solo un par de militares en la entrada que permiten el acceso. Están prácticamente solos. «Nos dijeron que a final de mes empezaremos con las entrevistas para pedir asilo pero como no sea así nos manifestaremos», amenaza Josuf.

Hatum llegó hace dos días de Idomeni y cuenta que, pese a estar en una nave abandonada, su vida mejoró. «Si hubiera sabido que en los campos mis hijos iban a estar más sanos hubiéramos venido, pero veíamos que la gente se escapaba de los centros. Además, muchos nos decían que nos quedáramos, que lucháramos», se justifica. Tiene ocho niños que corretean por el campo y que juegan con los pocos juguetes que pudieron traer de la frontera.