«Ser caraqueño es vivir con miedo»

Pedro García Otero CARACAS / CORRESPONSAL

INTERNACIONAL

FEDERICO PARRA | AFP

La capital de Venezuela es ya la ciudad más violenta del mundo, lo que genera una psicosis de terror colectivo

27 ene 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

«Ser caraqueño es vivir con miedo. Tienes miedo constantemente: de día, de noche, en la calle y cuando entras a tu casa. Por eso la gente se va del país, para hacer algo más que vivir con miedo». Elena Ceballos, una joven de 22 años que cursa el último año de Periodismo, resume así la psicosis de vivir en la ciudad que, desde ayer y oficialmente, es la más peligrosa del mundo, según la oenegé mexicana Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal.

Una capital en la que en cinco años han ingresado 52.000 cadáveres a la morgue y en la que en un fin de semana típico pueden cometerse 40 homicidios, casi los mismos que en toda la Comunidad de Madrid durante todo el 2015 (44); en la que el año pasado asesinaron a 146 policías, la mayoría de ellos fuera de servicio y para robarles el arma; en la que la tasa de homicidios general es de 120 por cada 100.000 habitantes, la más alta del mundo. La capital de un país en el que el año pasado murió una persona con violencia cada 20 minutos.

Con tal carga de inseguridad, señala Roberto Briceño León, sociólogo y director de la oenegé Observatorio Venezolano de la Violencia, no es de extrañar que los caraqueños vivan aterrados; si bien el 84 % de los homicidios se cometen en las barriadas marginales, «la altísima cifra general hace normal que toda la sociedad sienta miedo». Afirma Briceño que, si bien la clase media padece menos los homicidios, en otros tipos de delitos violentos sin muerte, como el secuestro y el robo, es la víctima predilecta. «Cuando una persona sufre un delito, toda su familia coge miedo», indica el experto.

Elena lo tiene claro. Evita salir de noche y solo va a casas de amigos, donde se reúnen y permanecen hasta el amanecer. La otrora agitada vida nocturna capitalina no es más que un recuerdo, confinado a un par de centros comerciales de la ciudad donde, a buen recaudo, los caraqueños intentan divertirse. La ciudad se vuelve fantasma poco después de las siete, cuando cae el sol; el transporte público de superficie, la mayoría, se detiene y la ciudad queda en manos del hampa.

En la ciudad han surgido las llamadas zonas de paz, lugares en los que, por iniciativa del Gobierno, no entran las policías. La iniciativa, inspirada en otros países de Centroamérica, pretende que los conflictos se resuelvan dentro de las propias comunidades, pero en la práctica ha resultado desastrosa. Una de estas zonas, la Cota 905, un barrio marginal del sur de Caracas, se ha convertido en el principal refugio de las bandas de secuestradores.

Entre los culpables se señala que el Ejecutivo ha sido, por decirlo suavemente, permisivo con la delincuencia, y Briceño lo constata: «El Gobierno ha permitido lo que sucede en las cárceles, donde los delincuentes están armados, ha permitido los colectivos [bandas paramilitares que lo apoyan], pero fundamentalmente ha permitido un gran desorden, una gran anomia, que nos han traído hasta aquí».