El terror, entre la rutina y la excepción

INTERNACIONAL

PHILIPPE WOJAZER | REUTERS

Hay quien ve en el ascenso del Frente Nacional una consecuencia del ataque contra «Charlie Hebdo» hace un año. Pero ese ascenso ya se había iniciado con fuerza antes

08 ene 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay quien ve en el ascenso del Frente Nacional de Marine Le Pen una consecuencia del ataque contra Charlie Hebdo hace un año. Pero ese ascenso ya se había iniciado con fuerza antes y responde a otros muchos factores. También es cierto que en estos meses Francia ha cambiado sus leyes para dar más poderes a la policía pero, no nos engañemos, no ha hecho sino legalizar prácticas que ya eran habituales.

Siempre existe esa tentación, tras un hecho traumático con gran repercusión, de creer que, necesariamente, tiene que tener consecuencias políticas igual de profundas. A veces, así es, como sucedió con los ataques del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York y Washington, que dieron inicio a una nueva era en las relaciones internacionales. Otras veces, en cambio, el drama sucede ya dentro de un contexto que lo antecede. Este es el caso de Charlie Hebdo. Para entonces, el miedo a un ataque de estas características estaba muy presente en la sociedad europea, incluida la francesa. Cuando ocurrió fue un sobresalto pero no debería haber sido una sorpresa. Todo, desde el perfil de los atacantes hasta el método empleado o el discurso del odio con el que pretendían justificar sus acciones los criminales, se ajustaba a un guion conocido y esperado.

Apelar a lo excepcional

Los poderes públicos, sin embargo, han preferido apelar a lo excepcional para crear una falsa sensación de firmeza. Tropas en las calles, endurecimiento de las leyes... Los defensores de los derechos civiles protestan por estos cambios, pero la verdad es que su impacto real ha sido limitado, tanto a la hora de vulnerar la privacidad de los ciudadanos como, desgraciadamente, a la de localizar terroristas.

En el caso de Charlie Hebdo, por ejemplo, la policía tenía información de un ataque inminente pero no supo interpretarla correctamente. Como casi siempre en los fallos de inteligencia, no es la cantidad de información lo que importa sino la calidad del análisis. Y en este sentido, quizá la medida más útil que tomó el Gobierno francés entonces fue la menos espectacular: aumentar en más de 400 millones de euros el gasto en personal policial y de inteligencia -y la cifra es todavía insuficiente-. Es así, con más recursos materiales y humanos, como se impiden atentados.

Pero no todos, y eso es algo a lo que conviene acostumbrarse. A partir de Charlie Hebdo estaba claro que empezaba una cuenta atrás para otro ataque de dimensiones mucho mayores. El intento fallido contra un tren en agosto, evitado por la valiente intervención de varios pasajeros, era una señal ominosa de que estaba cada vez más cerca. Llegó el 13 noviembre: una tormenta de sangre y plomo que concluyó con casi diez veces más muertos que la jornada de Charlie Hebdo. El presidente François Hollande ha vuelto a recurrir al ritual de la excepcionalidad: tropas en las calles, tambores de guerra en Siria, estado de emergencia? Pero es el prosaico trabajo policial y de inteligencia, y no esas fórmulas mágicas, el que, con sus aciertos y sus errores, nos protege de verdad.