Ankara juega con fuego

INTERNACIONAL

La decisión de derribar el Su-24 ruso es desproporcionada y revela una hostilidad que no tiene que ver con la defensa celosa de la soberanía

25 nov 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

No está del todo claro que el Su-24 ruso vulnerase el espacio aéreo turco -cayó en territorio sirio- pero incluso si así fue, la decisión de derribarlo es claramente desproporcionada y revela una hostilidad que no tiene que ver con la defensa celosa de la soberanía. La cuestión está clara: Rusia está ayudando a Bachar al Asad a ganar la guerra civil en Siria, y Turquía, que apostó muy fuerte por la caída del régimen, arma a la oposición o facilita su logística.

El incidente de ayer ocurrió además en un lugar especialmente sensible para Ankara por tratarse de una región habitada por turcomanos, una minoría con la que los turcos sienten afinidad. De hecho, las milicias turcomanas de esa zona han sido organizadas y entrenadas por los servicios de inteligencia turcos para que se enfrenten al Gobierno sirio pero también, y sobre todo, a los guerrilleros kurdos que operan en la zona. Son precisamente estos milicianos turcomanos quienes, según su propia confesión, mataron al menos a uno de los pilotos rusos cuando se lanzó en paracaídas del avión en llamas. Está claro que Turquía no les ha enviado también un abogado: disparar a un piloto que salta en paracaídas es un crimen de guerra en derecho internacional.

¿Consecuencias? Pocas, probablemente. Cabe esperar alguna sanción económica por parte de Rusia, que es el segundo socio comercial de Turquía, una de sus fuentes más lucrativas de turismo y el que le vende el 55 por ciento de su gas natural y el 30 por ciento de su petróleo; pero en principio hay que excluir una escalada militar. Aunque es la primera vez que un país de la OTAN derriba un avión ruso desde la guerra de Corea, ni Turquía ni Rusia tienen interés en esa escalada. Rusia puede «vender» su contención para facilitar lo que ahora más le importa: un pacto con Francia y otros para destruir al Estado Islámico, y de paso -esta es la parte de difícil venta- mantener en el poder a Al Asad como alternativa preferible a los yihadistas.

Política errática y peligrosa

Turquía, por su parte, sabe que no va a tener a la OTAN de su lado en este asunto. Aunque un sector de la Alianza -los países del Este y los bálticos- habrá celebrado íntimamente esta humillación a Putin, los socios importantes hace tiempo que observan con preocupación la política exterior turca, cada vez más imprudente, errática y peligrosa.

Ayer Putin acusaba a Turquía de ser «cómplice de los terroristas» y de facilitar la venta de su petróleo al Estado Islámico. No es mentira. Resulta sintomático que Ankara se haya apresurado a convocar una reunión de la OTAN pero sin invocar esta vez el capítulo IV, que permite estudiar acciones militares. Más que de pedir ayuda se trataba de dar explicaciones. Desde luego, Ankara tiene muchas que dar; y no solo sobre este incidente en concreto.

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