El doble estigma de Molenbeek

mariluz ferreiro REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

Muchos jóvenes de esta comuna de Bruselas saben que su nombre árabe y su color de piel dificultan encontrar empleo

22 nov 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

«En lugar de bombardear Raqa, Francia debería bombardear Molenbeek». La sugerencia del tertuliano Eric Zemmour escandalizó a la audiencia del canal RTL France. La dirección de la cadena indicó que era una forma de hablar para demostrar la inutilidad de los bombardeos sobre Siria. Pero en Molenbeek, la comuna de Bruselas que está en el ojo del huracán por los vínculos de algunos residentes con atentados yihadistas, incluidos los últimos de París, no se entendió así. Béatrice Delvaux, editorialista jefe del periódico belga Le Soir, respondió a Zemmour que «bajo sus bombas no hay una alfombra yihadista, hay un bosque de rostros reales». Un bosque de 100.000 habitantes. Para la mayor parte el frente de guerra no está en Siria, está en el día a día.

«Molenbeek está estigmatizado», reconoce una persona que realiza labores sociales en esta comuna y que solicita permanecer en el anonimato por razones obvias. Estigmatizado por partida doble. Como suburbio de inmigrantes con graves problemas de desempleo y de tráfico y consumo de drogas. Y como uno de los refugios del yihadismo. Muchos jóvenes son conscientes de que su nombre y apellido o el color de su piel les hace mucho más difícil encontrar empleo. «Hay mucha frustración y así es mucho más fácil radicalizar a la gente. Los políticos no han sabido gestionar el problema», cuentan los que conocen de primera mano el entorno. Algunos temen reacciones xenófobas. Reparten pasquines para que no se haga lo que denominan «amalgama», tomar la parte por el todo y acabar culpando al todo.

Los que trabajan en la integración destacan también a los que se esfuerzan por abrirse paso en la escala social belga. Hablan de una juventud «activa, con iniciativas». Como la que encendió velas por los muertos de París y se concentró el miércoles para condenar los atentados. Diferentes asociaciones realizaron la convocatoria, que se publicitó en Facebook bajo el lema «Molenbeek da luz». Numerosos vecinos de origen marroquí apoyaron el acto en las redes sociales. «Gritamos amor, fraternidad, humanismo e igualdad», apuntó Boujnane Hafida. Aunque también asomaron algunas voces críticas. «El islam no permite que los musulmanes guarden un minuto de silencio por los muertos», indicaba un internauta anónimo que intercala fotografías de leones y de soldados islamistas.

El «look» salafista

Los implicados en los ataques de París que vivían en Molenbeek no seguían los preceptos salafistas. Vestían vaqueros, escuchaban rap, fumando, bebiendo cerveza. Nadie diría que eran terroristas islamistas a un primer golpe de vista. Aunque es cierto que existe un look radical. En Cataluña se les repartió a los Mossos d?Esquadra un manual para reconocer indicios de radicalismo en la vestimenta. Los que viven y trabajan en esta comuna no necesitan ninguna guía. El look islamista es muy reconocible para ellos: los pantalones anchos por encima de los tobillos y su barba indomable. También saben dónde están las mezquitas radicales, aunque hay una veintena de comunidades religiosas que no son oficiales, no están registradas por el Estado. Le Monde recoge que imparten doctrina imanes de Arabia Saudí y otros procedentes de los países de origen de los inmigrantes, que en su mayoría tienen su raíces en Marruecos. El diario francés también señala que, en cierta medida, la captación yihadista ahora es «más subterránea» y se ha trasladado a pequeñas organizaciones.

La primera gran ola de inmigrantes llegó en los años sesenta. Pero, según los expertos en lucha antiterrorista, el discurso religioso gana en extremismo a partir del 2000. De forma paralela, la población se disparó y creció un 30 % en solo 15 años, el mayor crecimiento registrado en Bélgica. Hoy hay dueños de librerías que confiesan vender más ejemplares sagrados que profanos y muchos bares en los que está vetado el alcohol.

Las ausencias yihadistas

La alcaldesa de Molenbeek, Françoise Schepmans, reconoce que unas treinta personas que residían en este departamento se han unido al califato. Esos viajes también invaden lo cotidiano. De vez en cuando, los trabajadores públicos no consiguen localizar a uno de los vecinos en su domicilio para realizar un trámite. Pasan los días sin noticias del ausente. Es borrado del registro. Está en Siria.

Aquí están obligados a ver las dos caras de la moneda del EI. Indigna y entristece al mismo tiempo la historia de la familia Abadou. Abdelhamid, el cerebro de los atentados de París, cargó contra sus padres la educación «liberal y europea» que le había dado a sus hijos y secuestró a su hermano adolescente, Younis, para llevárselo al califato. Para Omar, su progenitor, es «un demonio». Un hogar que retrata de forma extrema el drama de Molenbeek.