Los sirios pobres se quedan en Jordania

Laura Fernández-Palomo AMÁN / CORRESPONSAL

INTERNACIONAL

LEONHARD FOEGER | Reuters

La mayoría sobrevive con ayudas y no pueden costear el viaje a Europa

15 sep 2015 . Actualizado a las 09:43 h.

Como cada mes, la familia Schami acude a Christina y Fadi para sobrevivir en Amán. Estos voluntarios les entregan las donaciones que les permiten pagar el transporte escolar de sus dos hijos pequeños y, en esta ocasión, costear el análisis de sangre que exige el Gobierno jordano a los sirios que viven fuera de los campamentos de refugiados para tramitar un nuevo carné de identidad. Identificados pero sin derechos. Les cobran 37 euros por cada uno de los seis miembros de la familia, un gasto que no pueden afrontar. Dos de sus cuatro hijos dejaron el colegio para trabajar por 30 euros a la semana, lo que alcanza difícilmente para pagar alquiler mensual de 140 euros, luz, agua, comida... Son tres años como refugiados en Jordania. «No pedimos nada más que un mínimo y aquí es imposible porque a los sirios se nos prohíbe trabajar».

La familia Schami forman parte del 95 % de los más de 3,5 millones refugiados sirios que permanecen en los países vecinos, Turquía, Líbano y Jordania, y que un viaje a Europa es inconcebible a razón de 1.200 euros que piden las mafias por travesía. «Y volver a Siria, impensable», sentencia el padre. La doble dificultad de ser refugiados y pobres. Su esperanza es que aprueben la solicitud de asilo en Europa y entrar legalmente.

En el 2012, huyeron de la ciudad siria den Ghuta, tras ver morir a sus vecinos en un bombardeo del régimen de Bachar al Asad. No les dio tiempo a coger ni pasaportes ni ropa. Atravesaron el desierto con uno de sus hijos herido en un bombardeo que le sorprendió en su camino hasta la frontera con Jordania.

Los metieron en el campo de refugiados de Zaatari, que en pleno desierto llegó a ser en el 2013 el segundo más gran del mundo; hoy acoge a 80.000 refugiados, otros 623.000 viven dispersos por Jordania. «Las condiciones eran lamentables; mis hijos y mi marido tuvieron una reacción alérgica que no entendimos, creo que fue por el agua», recuerda la madre. Escaparon. Fuera del campo, sobreviven a duras penas. Sus hijos de 14 y 13 años consiguen llevar algo de dinero a casa trabajando en una cafetería y en una tienda de costura. «Es más fácil encontrar trabajo ilegal para ellos que para mí», asume el padre con frustración. «Vivimos al lado de un colegio y se quejan por no poder ir a la escuela», solloza la madre.

Solicitante de asilo

El joven iraquí Seif llamó a la ONU ansioso por el devenir de su expediente como solicitante de asilo. «¿Puedes creer que esta mañana me dijeron que lo estaban estudiando y al rato que todavía no lo han valorado?», comenta desconfiado. Seif gestionaba dos tiendas en Mosul que tuvo que cerrar en junio del 2014 cuando entraron los yihadistas. Después de escapar a una villa cercana volvió inocente cuando el Estado Islámico dijo que respetaría a los cristianos; pero no ocurrió. Tras un ultimátum, le confiscaron su coche y 70.000 dólares.

Su cuenta del banco está bloqueada y ahora trabaja ilegalmente como repartidor en Jordania por 200 euros al mes y un día libre a la semana. No concibe viajar a Europa porque no va arriesgar la vida de su hermana e insiste en apelar a la ONU, sin entender por qué la situación en Mosul no es suficiente para que su expediente de asilo prospere. (Todos los nombres mencionados son imaginarios por su protección).