«Piensas que acabarás flotando sin vida en el mar»

leticia álvarez ISLA DE LESBOS / E. LA VOZ

INTERNACIONAL

ROBERT ATANASOVSKI | Afp

Todos los días llegan entre 30 y 40 barcazas de plástico a la isla griega

13 sep 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

«Piensas que vas a morir, que acabarás flotando sin vida en el mar», dice Basel, un abogado sirio. Acaba de llegar en una barcaza y en sus manos lleva a su hijo de cuatro meses. El llanto de mujeres y niños retumba en la costa norte de la isla de Lesbos. Son lágrimas de terror. «No es alegría lo que sientes, es el miedo que recorre tu cuerpo», explica Fahima, la madre del pequeño. Todos los días llegan entre 30 y 40 barcazas a la isla. Son botes de plástico abarrotados y repletos de agua. Pequeñas manchas naranjas que se ven a lo lejos día tras día. Transportan personas que huyen de guerras y dictaduras.

Se llama Bel y esta es la primera vez que pisa suelo europeo, tiritando. Tiene solo cinco años y acaba de cruzar el mar Egeo arropada por su padre. La reciben voluntarios que patrullan la zona. Tiene hipotermia. «Estamos vivos, estamos vivos», grita su padre. La balsa está destrozada. Parece un milagro que más de 30 personas hayan podido cruzar los diez kilómetros de mar que separan Turquía de la isla. Historias así se repiten en Lesbos cada día. Unas veces llegan de madrugada, otras al atardecer, no importa la hora. Tampoco el lugar. Mientras se escribe esta crónica irrumpe otro bote en el puerto. Son las dos de la mañana y a lo lejos se ve como agitan sus teléfonos.

En los últimos días han dejado la isla de Lesbos 15.000 personas. Ya están en Atenas y se dirigen hacia Macedonia en su ruta por los Balcanes. Los procesos para conseguir los papeles se han agilizado. La reacción del Gobierno griego y las oenegés ha permitido a los refugiados cumplir los requisitos para seguir viaje en 24 horas y comprar el billete de ferri que les lleve al Pireo, Atenas. Además, se han facilitado autobuses para trasladar a todas estas personas los 70 kilómetros que separan el norte de la isla con la capital, Mitilene Pero muchos siguen durmiendo a la intemperie. Los hoteles están llenos y encontrar habitación es casi imposible.

María es una cristiana siria y dormirá esta noche en un banco del paseo marítimo con su familia. Delante de ellos hay un yate lujoso. Una imagen a la que los vecinos de la isla están acostumbrados pero que impacta a los turistas impotentes por no poder hacer nada. «Estás en la playa y los ves llegar, los ayudas, les das agua, los abrazas. Piensan que han llegado a Europa pero Europa no los va a recibir como merecen», relata Yurgen, turista alemán. «No me importa lo que pase ahora. Te aseguro que no será peor que la guerra», le responde María.

«¿España es un país bonito, crees que me acogerá?»

«Vienen con dinero, con billetes de 50, hasta de 500 euros. Los sirios son educados, saben idiomas y no dan problemas», explica el dueño de un comercio de tiendas de campaña. Entre los refugiados hay también distinciones. Se han habilitado dos centros de recogida de datos para separar a los sirios de los afganos e iraquíes. La prioridad de la que gozan los primeros provoca fricciones.

Es la hora de coger el ferri Eleftherios Venizelos. De forma ordenada la policía separa a los turistas de los refugiados. Esperan su turno y suben al barco. Van con lo puesto, los más afortunados con pequeñas maletas donde llevan mantas y ropa de abrigo. «No sé donde voy a ir, no sé a qué país quiero ir. ¿Qué me recomiendas?», pregunta Ioguen un joven sirio a la periodista. «¿España es un país bonito, crees qué me acogerá?», insiste. «Soy ingeniero petrolero, fui el primero de mi promoción», reclama. Los que no tienen familia en Europa no han decidido todavía donde irán. Solo piden que sea un país que les de la oportunidad de integrarse y «volver a empezar».