El fracaso del tridente

INTERNACIONAL

ARIS MESSINIS | AFP

El pasado septiembre, el dispositivo de salvamento de náufragos emigrantes Mare Nostrum se sustituyó por uno de control y disuasión, el Tritón. No funcionó. En lo que va de año, el número de entradas ilegales en la UE se ha triplicado

19 abr 2015 . Actualizado a las 13:51 h.

En lo que llevamos de año, el número de entradas ilegales a la Unión Europea se ha triplicado, muchas de ellas por la vía del Mediterráneo, donde las muertes documentadas rozan ya el millar (el año pasado por estas fechas eran diecisiete). Y estamos todavía a mediados de abril. Cuando el tiempo mejore podemos esperar cifras nunca vistas. Se pensará que esto no es más que la continuación de una tendencia de muchos años y así es en parte. Pero en los despachos de Bruselas estas noticias habrán provocado un cierto estupor. No las de los ahogamientos, que era algo que se preveía después de cancelar el dispositivo Mare Nostrum, sino el número de inmigrantes.

Mare Nostrum, concebido después del desastre de Lampedusa hace año y medio, era un programa muy ambicioso que ponía el foco en el salvamento de náufragos, y en este sentido tuvo bastante éxito. Tanto, que muchos empezaron a quejarse de que producía un efecto llamada, lo cual posiblemente tuviese algo de verdad. Finalmente, por presiones de algunos países -el Reino Unido fue decisivo en esto- se decidió suprimirlo el pasado septiembre y sustituirlo por Tritón. Con menos presupuesto y bajo el control de la agencia de seguridad de fronteras Frontex, Tritón, bautizada significativamente como el dios del tridente, no es una misión de rescate sino de control y disuasión.

Pero lo que demuestran estas cifras del primer trimestre de 2015 es que ni el efecto llamada de Mare Nostrum era tan decisivo, ni que la introducción de Tritón ha resultado tan disuasoria. Y es lógico que sea así. En una sociedad obsesionada por la información como la nuestra, en la que se cree que todo se puede resolver con estrategias de comunicación, los responsables políticos acaban pensando que es posible desanimar a los potenciales inmigrantes por medio de gestos e imágenes. El Gobierno australiano se llevó hace poco la palma a la idea más penosa en esta línea: producir una serie de televisión para proyectarla en los países de donde vienen sus inmigrantes ilegales, y en la que se sucedían las escenas de naufragios, tiburones y piratería. Pensar que personas que viven en países como Afganistán o Siria, y que han decidido emprender una travesía tan peligrosa, se van a desanimar por lo que diga la tele roza el ridículo.

No hay soluciones mágicas, pero el problema de inmigración en la UE tiene, para empezar, mucho que ver con sus contradicciones internas. Los expertos están de acuerdo en que para limitar las muertes de inmigrantes y debilitar las mafias de contrabando de personas se hace indispensable un sistema de visados, cuotas y asilo más sencillo, amplio y accesible. Esto choca, sin embargo, con la realidad de una Europa poco solidaria consigo misma. Más de la mitad de los inmigrantes que entran ilegalmente en la UE se dirigen a cinco países de los veintiocho que la forman, y esos estados, lógicamente los más poderosos, no tienen ningún incentivo para que se establezca un sistema así. Los demás, sometidos a la presión de su opinión pública, no ven tampoco ninguna ventaja a aceptar un sistema alternativo de cuotas por países. El resultado es una desregulación en la que a los países fronterizos -España, Italia, Grecia- solo les queda la represión, y a los inmigrantes la ilegalidad y el peligro. Es un pulso que alimenta una escalada permanente. Esa escalada, más que el deterioro puntual de la seguridad en Siria o Libia, es lo que reflejan las nuevas cifras.