El hombre que centra todos los porqués

Pablo González
pablo gonzález REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

La vida normal del joven Andreas Lubitz, alejada aparentemente de extremismos, desata los interrogantes

27 mar 2015 . Actualizado a las 10:07 h.

El problema no estaba en la tecnología, sino en la mente. Esas mentes aparentemente normales, que todo el mundo percibe como normales. Una casa con jardín en un barrio de clase media de Montabaur, una ciudad de provincias al oeste de Alemania de 12.500 habitantes. Ahí se crio Andreas Lubitz, que con 27 años seguía viviendo en casa de sus padres, a pesar de tener una vivienda propia en Düsseldorf. Todo perfectamente normal. Tanto que los vecinos se niegan a creer la hipótesis de la Fiscalía francesa. No pueden asumir que tuviera la voluntad de destruir el avión. «Me niego a creerlo», decía ayer un vecino a la agencia DPA.

Como muchos que se inclinan por la aviación, el hecho de volar adquiere un carácter mítico. Sus compañeros del aeroclub Westerwald le habían homenajeado precisamente el miércoles, pero ayer por la tarde intentaron borrar las huellas en su página web. Cuentan que desde que era adolescente soñaba con ser piloto. Empezó con los vuelos sin motor y «acabó pilotando un Airbus». Un sueño «que ahora pagó con su vida», escribieron totalmente ajenos a la tormenta mediática que vendría apenas horas después.

A Andreas le gustaba correr. Y la música electrónica. «Su padre es ingeniero y trabaja con frecuencia en Suiza. Estaba muy orgulloso de tener un hijo piloto», comentaba uno de sus vecinos. Acabó el bachillerato en el 2007 y un año después inició su preparación como piloto, pero interrumpió su formación durante nueve meses. Sobre este impás la empresa no quiso dar detalles «por razones de secreto médico», pero se especula con que había sufrido una depresión, según la madre de una de sus amigas. Esta mujer utiliza la palabra burnout, equivalente a un síndrome relacionado con el estrés y la fatiga prolongada.

Carrera de piloto

Consiguió la plaza de piloto en Germanwings en el 2013, por lo que se supone que había superado el examen psicológico preceptivo. Contaba con pocas horas de vuelo, 630, pero suficientes para volar como primer oficial a las órdenes de un comandante. Para los directivos de Lufthansa su capacidad para volar estaría fuera de toda duda. Peter Rücker, uno de sus amigos, declaró al diario Bild que era una persona divertida, «aunque a veces un poco reservada». Era «querido» por los suyos y estaba muy integrado en el club, a escasos metros de la casa de sus padres, donde recientemente había renovado su licencia.

Es la crónica de la normalidad. Ningún radicalismo perceptible, ninguna vinculación aparente con grupos extraños. Tampoco de momento surgen historias de presuntos desengaños, ni amorosos ni laborales. El joven normal esconde un misterio impenetrable. «Nuestras informaciones indican que no existe ningún tipo de trasfondo terrorista», dijo el ministro alemán del Interior, Thomas de Maizière. No hay rastros de extremismos.

Miguel Gutiérrez, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría, especulaba para la agencia Colpisa con posibles trastornos psicóticos. «Afectan a la razón y en un momento dado pueden tener ideas delirantes, alucinaciones. No es fácil que una persona con una psicosis pudiera pasar desapercibido en una profesión tan complicada como la de piloto», dice. Gutiérrez emplea el concepto de «suicidio ampliado», pero por lo general esta tendencia destructiva se ceba con las personas más próximas, rara vez con desconocidos a no ser que esté motivado por el odio que alientan algunas ideas religiosas o políticas.

Su página de Facebook, rápidamente eliminada, no tenía registros que llamaran la atención. Como muchos chicos de su edad navegaba por páginas de humor y sitios así. La única imagen que pudo salvarse de su perfil lo muestra como un turista más en el puente Golden Gate, en San Francisco. Es inevitable pensar en Vértigo, de Alfred Hitchcock. Kim Novak, Madeleine, intenta suicidarse en ese mismo lugar, donde más personas se quitaban la vida en Estados Unidos hasta que las autoridades decidieron protegerlo. A Kim Novak la salva James Stewart en el último momento, pero la inquietud en la normalidad está siempre presente en toda la película. Y no podrá evitar que al final consiga quitarse la vida.

Andreas lubitz copiloto del Airbus a320