Islamismo moderado o violento

INTERNACIONAL

FETHI BELAID | Afp

El yihadismo tunecino tiene firmes raíces locales, como refleja el número de voluntarios en Irak y Siria

20 mar 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Es cierto que la transición de Túnez a la democracia ha sido la única que se ha completado con éxito de todas las nacidas de la Primavera Árabe. Y sigue teniendo muchas posibilidades de consolidarse. Pero eso no quiere decir que haya sido completamente pacífica.

El momento clave se produjo cuando el partido islamista moderado Ennahda, después de ganar las primeras elecciones democráticas del país, anunciase que no iba a aplicar la sharia, la ley religiosa. Esto irritó a otros pequeños grupos islamistas más radicales, que se lanzaron a una violenta campaña de desestabilización.

A partir de entonces, los ataques contra las fuerzas de seguridad se hicieron tan frecuentes en el oeste montañoso del país que el Gobierno de Ennahda llegó a ordenar el bombardeo de la región. Pronto el Gobierno se vio acorralado entre los violentos y la oposición, que aprovechó para acusarles de connivencia con los terroristas. Hasta que finalmente, hace algo más de un año Ennahda fue desalojada del poder por una coalición de laicos y antiguos colaboradores del dictador Ben Alí. Al menos, y a diferencia de lo ocurrido en Egipto, el cambio se hizo democráticamente. También en esto Túnez ha seguido siendo un modelo.

La situación no ha mejorado, sin embargo, porque no era el resultado de la debilidad ni la doblez del Gobierno de Ennahda. Por desgracia, el fenómeno es más profundo. Por una parte, existe un factor geográfico. La proximidad a Argelia, y sobre todo a Libia, donde reina el islam radical desde el derrocamiento de Moamar Gadafi, alimenta las redes logísticas y operativas de los yihadistas.

Los atacantes del Museo Nacional del Bardo de esta semana, por ejemplo, habían recibido entrenamiento en Derna, Libia. Sería, sin embargo, un error quedarse sin más con la tesis del «contagio» a la que recurren siempre los Gobiernos de los países que padecen una insurrección. La colaboración ha ido en ambas direcciones, y los tunecinos han participado en la guerra civil de Argelia y en la más reciente de Libia tanto como argelinos y libios puedan estar apoyando ahora a sus correligionarios. El yihadismo tunecino tiene firmes raíces locales, como se refleja en el número desproporcionado de tunecinos que han ido a combatir a Siria e Irak, al menos tres mil.

El perfil de estos voluntarios que han trazado los servicios de seguridad reitera una pauta ya conocida: no proceden de los sectores humildes de la sociedad sino de la clase media. Su radicalización se produce en gran medida a través de Internet -el mismo Internet que iba a convertir a todos los jóvenes tunecinos en demócratas convencidos-. Se trata de «musulmanes renacidos», personas que anteriormente llevaron una vida liberal y no tienen demasiados conocimientos previos de la religión. Es por esto que Túnez, más próspero y liberal que la mayoría de los países árabes, no es menos vulnerable a este fenómeno. Quizá lo sea incluso más.