La integración, un debate a la deriva

INTERNACIONAL

Soldados franceses patrullan por las inmediaciones de la torre Eiffel.
Soldados franceses patrullan por las inmediaciones de la torre Eiffel. BERTRAND GUAY < / span>AFP< / span>

Los hombres que irrumpieron en las oficinas del semanario «Charlie Hebdo» y asesinaron a parte de la redacción no eran inmigrantes sino ciudadanos franceses de pleno derecho

09 ene 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Los hombres que irrumpieron en las oficinas del semanario Charlie Hebdo y asesinaron a parte de la redacción no eran inmigrantes sino ciudadanos franceses de pleno derecho. El policía que se les enfrentó valientemente en la calle y acabó rematado cruelmente en el suelo era, como ellos, también musulmán y de origen árabe. Las principales autoridades religiosas y organizaciones musulmanas francesas han condenado la matanza sin reservas. Otro hombre musulmán, sin embargo, se sintió animado por ese crimen a salir a la calle y cometer otro, quitándole la vida a una agente de la policía municipal de París?

La realidad del islam en Francia es compleja. El trauma de Charlie Hebdo, sin embargo, vuelve a poner en marcha un debate recurrente desde hace al menos treinta años en Europa: la integración de las comunidades musulmanas; una conversación a menudo confusa, en la que se mezclan religión, inmigración, pobreza y violencia.

Del modelo británico al francés

De ese debate ya no se esperan soluciones mágicas. En julio del 2005 se produjo el atentado del metro de Londres, en el que murieron más de medio centenar de personas, además de los cuatro terroristas. Cuando se supo que los autores no eran extranjeros sino musulmanes británicos empezó a cuestionarse el modelo de integración del Reino Unido, una especie de «vive y deja vivir», en el que el anglicanismo es la religión ritual de la monarquía pero nadie se mete en las costumbres y la forma de vestir del taxista sij que acumula sus cabellos sin cortar dentro de un turbante o de la recepcionista musulmana que lleva velo. Se elogiaba entonces el sistema francés, consistente en lo que allí se denominan «valores republicanos»: un laicismo radical y una identidad colectiva que imagina a Francia como la patria de la libertad y los derechos humanos. Duró poco. Unos meses después, en octubre, estallaban los graves disturbios de las banlieues, los suburbios de las grandes ciudades -y en particular París- donde se concentra buena parte de la comunidad musulmana del país. De golpe, el francés pasó a considerarse un modelo fracasado.

Desde entonces, las certezas se han evaporado y el debate se encuentra a la deriva, empujado por los vientos contradictorios del populismo, lo políticamente correcto, el miedo o lo que no puede describirse más que como racismo. Francia ha ido transformando sus valores republicanos: de un laicismo neutro y pasivo se ha pasado a su decidida imposición en el espacio público. La medida más conocida, la prohibición del velo, suscitó un debate acalorado tanto en Francia como en Bélgica, donde también se aplicó, pero ha resultado ser algo más simbólico que efectivo -se ha sabido luego que tan solo treinta mujeres usaban el velo integral-, en Francia la ley se aplica raramente.

En Gran Bretaña se ha optado, en cambio, por colocar a la comunidad musulmana bajo una vigilancia policial intensa al tiempo que se hacía un esfuerzo por incorporar a autoridades religiosas musulmanas y líderes comunitarios en las instituciones del Estado. Esta táctica ha funcionado razonablemente bien allí, pero en Alemania, por ejemplo, provoca divisiones y controversias. Una idea más reciente, y todavía en exploración, es la de forjar una identidad religiosa nacional, un «islam francés» o un «islam alemán», desvinculado de las corrientes procedentes de los países de mayoría musulmana, que son las que alimentan el extremismo.

Estos debates y medidas han seguido generalmente a atentados traumáticos, como sucedió en Holanda con el asesinato del documentalista Theo van Gogh en el 2004. A veces se han expresado con el ascenso de partidos populistas de derecha que prometen soluciones fáciles y drásticas al problema de la convivencia -el término que quizá debería sustituir al de la integración-. Por eso cabe suponer que el gran drama colectivo que está viviendo Francia en estos días empujará a la opinión pública en esa dirección.