El país contiguo

INTERNACIONAL

23 nov 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Últimamente, José Sócrates salía en la televisión pública los domingos comentando la actualidad después de las noticias. Hoy no saldrá después de las noticias sino en ellas, porque la actualidad es él. Se trata de la primera vez en la historia de Portugal que se detiene a un primer ministro, pero nadie lo verá como un caso aislado. Como en el país contiguo, ya no escandaliza la altura desde la que caen los inculpados sino el ritmo: acababa de dimitir el ministro del Interior por otro caso de corrupción, una exministra de Educación ha sido condenada, un exministro y un ex director general ya están en la cárcel... Los investigadores tienen cercado incluso a Ricardo Salgado, considerado el empresario más poderoso del país (su mote lo dice todo: «o dono disto tudo»). Por cierto que fue Salgado la única persona con la que habló Sócrates antes de llevar al país al rescate europeo, algo que muchos portugueses contemplarán ahora como un sarcasmo.

Ni siquiera sorprenden los hechos. Cuando era ministro de Medio Ambiente, Sócrates ya se había visto implicado en un caso de corrupción del que se libró solo porque se lo consideró prescrito. Hasta en su anterior oficio de ingeniero, le habían abierto expedientes por la mala calidad de su obra y el sospechoso ahorro en los materiales, luego se llegaría a cuestionar incluso que tuviese el título de ingeniero.

Nada de esto obstaculizó la carrera de este político con nombre de filósofo que se limitaba a poner querellas -llegó a sentar en el banquillo a una docena de periodistas- y a repetir, como su famoso tocayo, que solo sabía que no sabía nada.

La pregunta ahora es si se está ante el fin de la impunidad o se trata del producto pasajero de la indignación de una opinión pública harta de recortes y de una judicatura repentinamente más activista. Porque hay que señalar que quien encabeza las ocho operaciones que se han abierto contra la corrupción en Portugal es un mismo juez, el conservador Carlos Aleixandre -y también sportinguista, resalta siempre la prensa lusa, como si eso le hiciese más tenaz-.

Ya se le da el ambiguo título de «juez estrella» y el de «el Garzón portugués», aún más ambiguo considerando como terminó el original. A diferencia de España, Portugal es un país acostumbrado ya a los grandes escándalos y a los cambios políticos dramáticos, pero también acostumbrado a que queden en nada. El caso Sócrates será una buena oportunidad para poner a prueba ese célebre fatalismo que allí impregna desde el fado hasta las elecciones.

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