Alex Salmond en el momento de irse: «El sueño nunca morirá»

m. ferreiro EDIMBURGO / ENVIADA ESPECIAL

INTERNACIONAL

EFE

La vicepresidenta Nicola Sturgeon se perfila como sucesora del líder nacionalista al frente del Gobierno y del partido

20 sep 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

«El sueño nunca morirá». Ese fue el punto y final del discurso con el que Alex Salmond (Linlithgow, 1954) anunció su dimisión como primer ministro escocés y máximo responsable de su partido, el SNP. El adiós se oficializará en noviembre, durante el congreso de la formación, que nombrará un nuevo líder. Después los diputados nacionalistas, con mayoría absoluta en el Parlamento de Holyrood, apoyarán a su candidato. Todo apunta a que podría ser la vicepresidenta, Nicola Sturgeon.

Salmond reconoció ayer la derrota del sí, la que desencadena su marcha, pero añadió que Escocia puede mantener la iniciativa política. Él, con su innegable carisma, ha sido la némesis del unionista Alistair Darling. Los que lo conocen aseguran que se siente como pez en el agua en las campañas. Aunque naufragó en el primer debate y tiró de emoción para imponerse en el segundo.

Licenciado en Economía e Historia, trabajó en el sector del petróleo para el Royal Bank of Scotland. Los unionistas se lo han recordado casi todos los días durante las últimas semanas cada vez que él cargaba contra los «banqueros de la City». Fue columnista del diario The Scotsman. Escribía sobre carreras de caballos. Dicen que esa afición refuerza su buena relación amistad con Isabel II.

Cuando Tony Blair devolvió la autonomía a Escocia y Gales, Salmond interpretó que aquello no era el final sino el principio.

Darlo por muerto políticamente ahora podría ser un error. Salmond renunció como número uno del partido después de fracasar en las elecciones escocesas del 2003 y en las europeas del 2004. Pero regresó para convertirse en el 2007 en el primer ministro de Escocia. Levantó su programa sobre tres pilares: la reforma fiscal municipal, el impulso de las energías renovables en detrimento de la nuclear y la celebración de una consulta soberanista. Como gobernó en minoría no se consideró autorizado para exigir un referendo en Londres.

El truco del diablo es convencer al mundo de que no existe. Salmond presumía de que los laboristas no lo tenían en cuenta. Y fue ganando todas las partidas en el juego de lo improbable. Era complicado que consiguiera la mayoría absoluta (Ed Militon tenía una ventaja de diez puntos en las encuestas a unas semanas de los comicios). Y era impensable que Londres autorizara un referendo. Solo perdió la última batalla. Y no del todo ya que ha abierto un proceso imparable de descentralización. Lo sabe. «Ha sido el privilegio de mi vida», afirmó.

Previsiblemente Nicola Sturgeon (Irvine, 1970) tendrá que negociar con David Cameron las condiciones de la nueva relación de Escocia con Londres. Según la BBC, Sturgeon, que ejerció la abogacía, cultivó su rechazo a los conservadores «creciendo en los días oscuros de la era Thatcher». Como tantos votantes escoceses, ella misma se pasó del laborismo al nacionalismo. Ha sido portavoz de su partido en las áreas de salud, educación y justicia. Tiene el aval de los resultados de su feudo, Glasgow. Y la dura tarea de no ser devorada por la personalidad y la trayectoria de su predecesor.