Jean-Claude Juncker: El dinosaurio que lleva la UE en la memoria

La Voz REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

Es el decano de los dirigentes europeos

16 jul 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Experiencia no le falta. Jean Claude Juncker es el decano de los dirigentes de la UE, el último dinosaurio de la construcción europea. Ostenta también el récord de longevidad al frente de un gobierno europeo ya que fue designado primer ministro en enero de 1995, cuando François Mitterrand y Helmut Kohl aún estaban en el poder, y solo dejó el cargo en diciembre pasado, 18 años después.

Por lo tanto, ha vivido desde dentro la profunda transformación de la UE, el fracaso del tratado constitucional en 2005, la entrada en vigor del tratado de Lisboa cuatro años más tarde, el nacimiento de la moneda única, la crisis de la deuda y el rescate del euro, una tarea a la que se consagró ocho años. Cuando la crisis enviaba al cementerio, uno tras otro, a los dirigentes europeos, dijo un día con su legendario sentido del humor: «Sabemos lo que hay que hacer, pero no sabemos cómo ser reelegidos cuando lo hacemos».

Dirigente de uno de los países más pequeños de la UE, Juncker nunca dudó en levantar la voz contra las capitales más influyentes, sobre todo para rechazar las imposiciones franco-alemanas. Posee «dos defectos catastróficos: tiene una opinión y la expresa», dijo de él un responsable europeo. Su franqueza a la hora de expresarse le costó quizás en 2009 el cargo de presidente del Consejo Europeo con el que soñaba.

Juncker achacó esa derrota a la doble oposición del entonces presidente francés Nicolas Sarkozy, que no lo apreciaba, y de la canciller Angela Merkel. Este año, para ser presidente de la Comisión, logró sortear la rotunda oposición del primer ministro David Cameron, que lo considera un hombre del pasado. «No quiero ser presidente para que Europa siga siendo lo que es», le respondió.

Tiene una visión federalista, que le hizo merecedor en 2006 del prestigioso premio Carlomagno, y sabe compaginar su idealismo con un sólido sentido de las realidades, sobre todo al servicio de los intereses de su país, para el que defendió largo tiempo el secreto bancario. «Para mí, Europa es una mezcla de acciones concretas que realizar y convicciones fuertes, casi fervientes», confió una vez a la televisión alemana. «Pero las convicciones fuertes no aportan nada sin pragmatismo».

Niño de la posguerra pues nació en 1954, con un padre enrolado a la fuerza en la Wehrmacht, Juncker es de los que ven en Europa una cuestión casi personal. Como ciudadano de un pequeño Estado entre dos grandes vecinos como Francia y Alemania, que estuvo ocupado en dos ocasiones por soldados alemanes, creció con el convencimiento de que una repetición de esos acontecimientos solo era evitable a través de la unión de los europeos. Por eso, para Juncker la UE es ante todo un gran proyecto de paz: «Dos semanas de guerra son más caras que el presupuesto de la UE para diez años», dijo una vez.

Su padre tuvo un papel importante en su vida como sindicalista y obrero metalúrgico. Es una herencia que hizo de este inveterado dirigente un hombre de perfil político atípico: pilar de la derecha, no disimula la desconfianza que le inspira el liberalismo puro y duro. «Juncker es el cristiano-demócrata más socialista que existe», resumió Daniel Cohn-Bendit, otro histórico europeo. Aparte de una breve interrupción a principio de los años 2000, siempre gobernó en Luxemburgo con los socialistas.

Juncker, un gran fumador, tampoco permite que se dude de su aptitud física para el puesto. El ministro de Finanzas holandés, Jeroen Dijsselbloem, dijo que era «un fumador y bebedor empedernido» y el luxemburgués se limitó a contestarle que no tenía ningún problema con el alcohol.

Nunca dudó en levantar la voz contra los países más fuertes