La rebelión que inundó Lisboa de flores por una bella casualidad

La Voz CARLOS PUNZÓN

INTERNACIONAL

Los estudios del centro de documentación del movimiento de las fuerzas armadas explican por qué un clavel insertado en el cañón de un fusil pasó a convertirse en símbolo de la lucha pacífica en favor de la democracia

20 abr 2014 . Actualizado a las 20:23 h.

Todo estaba preparado en una casa de comidas del Rossio para celebrar el primer aniversario de su apertura. El propietario había ordenado a sus empleados hacer un gran acopio de flores para obsequiarle al día siguiente a las mujeres que acudiesen a comer aquel 25 de abril de 1974. Todo había quedado preparado la noche antes. Manteles puestos, la barra impecable, las flores en agua para que los primeros calores primaverales no las marchitasen... Pero el escenario que dueño y camareros se encontraron al llegar al local en su gran día no fue el esperado. Tres tanques de un lado de la calle apuntaban a otros dos en la misma disposición enfrente. Soldados rebeldes y fuerzas gubernamentales mantenían en pleno centro de Lisboa el pulso más decisivo desde que de madrugada había arrancado un golpe de estado del que la mayoría del país aún no se había enterado.

Vestidos iguales, los militares de ambos bandos hacían llamamientos a la población para que abandonase las calles, para que todos los comercios permaneciesen cerrados. La tensión y el temor a una reacción violenta del Ejército fiel al sucesor de Salazar incitaron a los revolucionarios a pedir a los lisboetas que se ocultaran. No hicieron caso, todo lo contrario, y a cuatro de ellos les costó la vida en el que fue el último crimen de la PIDE. Desde la propia sede central de la policía de la dictadura uno de sus dirigentes abrió fuego a la desesperada vomitando balas contra el pueblo despavorido como objetivo aleatorio. Medio centenar de personas resultaron también heridas.

Alegría desbordada

Inmerso en su propia circunstancia y ajeno al resto de los acontecimientos, el dueño de la casa de comidas le dio a sus empleadas todas las flores para que al menos las aprovechasen en sus casas. La alegría de una de las camareras al ver el rayo de esperanza, de libertad y de futuro en los militares de Abril, le llevó a darles como señal de reconocimiento lo único que tenía en sus manos. Un clavel a cada uno de los soldados que permanecían clavados en sus puestos a la espera de acontecimientos.

«Uno de ellos, como no sabía que hacer con la flor la puso en el cañón de su fusil. Todos le imitaron. Las floristas empezaron a repartir sus claveles y en pocas horas toda Lisboa se llenó de ellos, fue increíble. Y así, por una casualidad, la Revolución pasó para siempre para la historia como la Revoluçao dos cravos», dice Aprígio Ramalho desde la asociación que sigue reuniendo a miembros del Movimiento de las Fuerzas Armadas.

Cravo como clavel pues, aunque bien pensado, con el golpe del 25 de abril quedó demostrado que un clavo saca a otro, y el que entonces cayó en Portugal llevaba 48 años clavado.

Los sillones del poder

«Lo más duro de aquella noche fue despedirme de mi hijo de un año. Quién sabía cómo iba a acabar todo», añade Ramalho, cuya misión era la de controlar los movimientos militares de la zona centro del país.

La libertad es la palabra más valorada, sea quien sea al que se pregunte, respecto a los logros de la Revolución. El miedo lo es, en cambio, cuando se alude a las consecuencias de la dictadura de Salazar y su extensión final de seis años con Marcelo Caetano. El sillón desde el que decidió capitular al verse rodeado por los tanques y el pueblo en el cuartel do Carmo guarda también una muestra de su pánico final. Uno de los tiros de aviso que las fuerzas revolucionarias dispararon contra la fachada del antiguo convento lisboeta se incrustó sin más consecuencias en el respaldo de la silla del presidente (estos días se puede ver allí en una exposición).

Casualidades mobiliarias de la vida, su antecesor, Oliveira Salazar, dejó de ser presidente de la República el día que una pata de su silla no pudo con su peso y su cabeza recibió un golpe fatal que le apartaría del poder tras ejercerlo personalmente 36 años.

Ahora en la puerta del cuartel do Carmo, en el Barrio Alto de Lisboa, un gendarme de la GNR vestido de gala controla el paso. La propuesta para que pose con un clavel en el mismo lugar donde triunfó la Revolución es remitida con presteza militar a su superior. «¿Prensa extranjera?», pregunta el oficial con seguridad de la respuesta y de su siguiente instrucción. «Pues tienen que dirigirse a Relaciones Internacionales». El intento de plantear la simbólica imagen en otra puerta menos engalanada movilizó a medio cuartel. De soldado recepcionista a capitán. De capitán a teniente coronel, de este a coronel y finalmente la petición, con negativa incluida regresó a la calle por orden nada menos que del mismo general. «Burocracia», comenta un soldado entre dientes, «siempre fue uno de los males de Portugal».