Nelson Mandela: El pacificador que no era pacifista

leoncio gonzález REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

Un joven Mandela con su fiel amigo y camarada Water Sisulu en la cárcel de Robben Island
Un joven Mandela con su fiel amigo y camarada Water Sisulu en la cárcel de Robben Island

Mandela dio un golpe devastador a los modelos basados en la violencia

08 dic 2013 . Actualizado a las 11:57 h.

«No hay ningún principio que diga que no se puede usar la fuerza». «El hecho de tener que usar métodos pacíficos o violentos lo determina la situación».Las citas pertenecen a las conversaciones que Nelson Mandela mantuvo con el periodista Richard Stengel para componer su autobiografía y vienen bien para aclarar uno de los aspectos más controvertidos y menos tratados estos días en la trayectoria del padre de la Sudáfrica actual.

Madiba no fue pacifista toda su vida. A diferencia de Ghandi, que justificó la violencia en situaciones extremas como, por ejemplo, la lucha contra el nazismo, pero que no la toleró en la batalla por la independencia de la India, Mandela embarcó al Congreso Nacional Africano (ANC) en la lucha armada y se puso al frente de su rama militar, Umkhonto we Sizwe, la Lanza de la Nación. Tuvo que vencer para ello la resistencia de Albert Luthuli Yengwa y de Moses Kotano, los jefes del ANC de entonces, que se oponían al uso de la violencia por principio, mientras que para él era una cuestión táctica, supeditada a la obtención de ventajas políticas, y que podía modularse según las circunstancias.

«Siempre que la situación exigiera utilizar la no violencia la usaríamos; cuando la situación exigiera que nos alejaramos de la no violencia, lo haríamos», confesó a Stengel.

Hoy se estima que el recurso a las bombas fue un error descomunal. Segó un elevado número de vidas inocentes, alienó apoyos internacionales al ANC con el pretexto de que se había convertido en un grupo terrorista, endureció la represión del régimen, alargó su supervivencia al brindarle el apoyo de EE.UU. o el Reino Unido y condujo al movimiento contra el apartheid a un momento de estancamiento. Sin embargo, tiene utilidad recordar ese fracaso porque es la antesala del acierto que vino acto seguido. Fue la forja que hizo de Mandela uno de los contados héroes buenos del siglo XX, junto a Ghandi, Luther King o Sájarov.

De la misma forma que la no violencia no suponía para el prisionero 46664 un principio rígido que había que acatar a toda costa, tampoco se impuso como un dogma inamovible perseverar en la vía armada cuando vio que no funcionaba. Esto le permitió acudir a la mesa de negociaciones cuando estimó que se daban las condiciones para invertir la suerte del conflicto y, sobre todo, no le creó problemas a la hora de emprender el camino de la reconciliación, condicionando la obtención del perdón a cambio de la verdad.

Aplastar al opresor

Acabar con la supremacía blanca sin pasar por una guerra civil sirvió para mostrar las limitaciones del modelo insurreccional que hasta entonces había dominado la conducta de los llamados movimientos de liberación, sembrando el mundo de guerrillas con el argumento de que la única forma de conquistar el poder era aplastar al opresor.

No se puede perder de vista el contexto de la época, marcado por la lógica de la guerra fría, para apreciar la importancia de lo que significó ese giro. Junto a su vertiente antirracista, la revolución sudafricana tenía en sus orígenes un componente anticolonial que la emparentaba con las de Argelia, Kenia y las vecinas Rodesia, Angola o Mozambique, todas ellas con un acusado carácter bélico. Mandela era un hombre próximo al Partido Comunista, había hecho suyas algunas teorías marxistas y sentía veneración por las ideas militares de Mao.

Lo que desde fuera pareció una conversión a la no violencia, aunque desde dentro fuese el resultado de un cálculo pragmático, tuvo un efecto devastador para los movimientos armados en general. Los desacreditó, sembró dudas sobre su eficacia y los condenó a la marginalidad, si se exceptúan los focos de terror que fabrica el fundamentalismo islámico.