Elegir entre lo irrealizable y lo que se incumplió

leoncio gonzález REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

21 abr 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Hay un rasgo común a todas las campañas que se celebraron en Europa desde que irrumpió la crisis económica. Cada vez son menos relevantes los términos del contrato que los candidatos proponen a los electores porque se sabe que, sea quien sea el que gane, tendrá que acatar un programa impuesto desde fuera, con independencia de que su país esté intervenido o no. Ocurrió en el Reino Unido y Portugal, cuyos Gobiernos han tenido que llevar los ajustes más allá de lo prometido a los votantes, y está pasando en España, donde las medidas adoptadas hasta el momento por Rajoy enmiendan en gran medida lo que dijo que haría si llegaba a la Moncloa.

Con toda seguridad, Francia no será una excepción. Arrastra una deuda que asciende al 90 % del PIB, más de 20 puntos superior a la que atormenta a España, y tiene un gasto público del 56 %, que es el mayor de la eurozona: dos razones por las que incluso la Administración actual eleva a 100.000 millones de euros el importe de los recortes que debe acometer el país en los próximos cinco años para equilibrar unas cuentas en rojo desde 1974. Junto con ello, los franceses han perdido competitividad a borbotones, lo que se traduce en un descenso de las exportaciones, y padece una elefantiasis administrativa, con 90 funcionarios por cada mil habitantes, que drena un volumen acusado de recursos.

Sin embargo, los principales candidatos han rehuido explicar cómo piensan revertir la situación, en lo que parece un ejercicio de ilusionismo deliberado cuyo fin es engatusar a los votantes por medio de placebos en lugar de situarlos ante la realidad de lo que les espera.

Tras amenazar con una avalancha de reformas para germanizar la economía, de las que abjuró tan pronto como observó que lo hundían en las encuestas, Sarkozy optó por abonar el victimismo de los sectores que consideran a su país perjudicado por la globalización y se convirtió en un abanderado del proteccionismo. Al mismo tiempo, promovía un intento de revivir la grandeur gaullista, que en rigor es una reliquia de la historia, con amenazas en las que no cree ni él, como dejar vacía la silla en las cumbres si la Unión no se pliega a las exigencias de París.

Hollande no ha querido ser menos imaginativo que su rival y, emulando al primer Mitterrand, ha abogado por un aumento del gasto público, un crecimiento del Estado y una escalada impositiva que solo él juzga posibles.

Es lo que explica las previsiones de que mañana se puede producir una alta abstención. Los electores no son menores de edad y saben que, si no quiere servir de blanco al ataque de los mercados, su país debe acometer reformas estructurales como las que emprendieron en su día Suecia y Alemania o como las que están aprobando ahora Italia y España. Por respeto a la democracia y porque los sacrificios van a recaer sobre ellos, merecían que se les informara con más precisión, pero, en lugar de eso, se les ha obligado a elegir entre un presidenciable cuyas promesas son irrealizables y otro que no respetó nunca las que hizo.