Una incómoda coalición contra Siria

Miguel A. Murado

INTERNACIONAL

08 ene 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Mal que pese a los medios occidentales, que estos días hacían equilibrios para negar la evidencia, los atentados que han empezado a hacerse frecuentes en Siria son obra de Al Qaida. La insinuación de que el régimen estaría matando a sus propias fuerzas de seguridad carecen de base y de lógica. La participación de Al Qaida, sin embargo, encaja bien en un contexto que es más complejo que la simple lucha contra una dictadura.

Este contexto es el del enfrentamiento entre Irán y Arabia Saudí por la hegemonía en Oriente Medio, o para ser más exactos, los esfuerzos de Arabia Saudí por mantener esa hegemonía, amenazada por el ascenso de Irán desde la revolución jomeinista de 1979. Casi todo lo que ha ocurrido en estas tres décadas en esa parte del mundo está relacionado, de una manera u otra, con esa pugna. La guerra Irán-Irak de los años ochenta, la guerra del Golfo de 1991 y el bloqueo internacional contra Irán forman parte de ese conflicto entre teocracias en el que Washington (y por tanto Occidente) apoya, por razones prácticas, a la más extremista de las dos.

Pero ha habido una excepción importante: la ocupación norteamericana de Irak fue pensada al margen de esta estrategia de apoyo a los saudíes. Dominaba entonces en el Pentágono un planteamiento más ambicioso, encaminado a dar al propio Estados Unidos el control directo en la zona. No resultó como se esperaba. La caída del régimen de Sadam Huseín no hizo sino llevar ese conflicto entre Irán y Arabia Saudí a Irak, resultando en una guerra civil en la que los iraníes han apoyado a la mayoría chií, y los saudíes, a la minoría suní. Al Qaida, que hay que entender como una variante radicalizada de las tesis saudíes, no tardó en aparecer para hacer la guerra a los heterodoxos «chiíes» en nombre de la ortodoxia.

Contraataque saudí

Al final fue Irán el que logró alzarse con el triunfo en Irak. También parecían favorecerle los ecos de la primavera árabe en la región del Golfo, donde existen otras minorías chiíes oprimidas. Pero el contraataque de los saudíes no se hizo esperar: invadieron el vecino Baréin para acabar con las protestas que amenazaban este régimen feudal aliado suyo y aplastaron con puño de hierro las manifestaciones en su región oriental, donde también hay una minoría chií discriminada y donde, precisamente, se encuentra la mayor parte de su petróleo.

La alarma internacional frente a la posible fabricación de armas nucleares en Irán forma parte de ese contraataque. Si Teherán lograse la tecnología nuclear sería inmune a una invasión extranjera. Saudíes, israelíes y norteamericanos han encontrado una causa común en impedirlo. Fue en respuesta a sus amenazas constantes de bombardeos que Irán realizó recientemente maniobras militares en el estrecho de Ormuz, recordando así al mundo que la mayor parte del petróleo del planeta pasa por sus aguas territoriales.

Lo que nos devuelve de nuevo a Siria. El régimen de Al Asad es el único aliado de Irán en la zona. Aunque la revuelta contra él tiene sus raíces en la opresión que padecen los sirios, los saudíes se han apresurado a financiarla a través de los islamistas, que son mayoría entre los opositores. Turquía, otro aspirante a poder regional, también compite por el favor de la oposición siria para extender su influencia en un futuro. Y lo mismo hace Al Qaida, aunque en su caso lo que intenta es radicalizar las protestas a través de sus atentados. Cuando el régimen caiga en Damasco se verá quién de los tres es el ganador. Por el momento, es importante ser conscientes de que esa extraña e incómoda coalición es a la que se ha sumado Occidente.