«Es cierto, sí, está muerto. Es de verdad, todos lo celebran»

Gregor mayer BENGASI / DPA

INTERNACIONAL

Miles de libios se echan a las calles para festejar la desaparición de Gadafi

21 oct 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Es la mayor fiesta de sus vidas. Miles de personas invadieron ebrias de alegría las calles y plazas de Trípoli, Bengasi y otras ciudades libias como la castigada Misrata. «Es cierto, sí, está muerto. Es de verdad, todos están en la calle, todos lo celebran», grita Mohammed al Ghanai, un miembro del comando del Ejército Revolucionario en el oeste de Trípoli.

Al teléfono se escuchaba cómo su voz estaba entrecortada por la excitación. La noticia de la captura y muerte de Gadafi se extendió como la pólvora por toda Libia. El sangriento final del hombre que durante 42 años mantuvo el poder en el país significó para muchos libios la conclusión de una experiencia traumática.

Aunque en Bengasi el dictador ya no tenía poder sobre ellos desde hace medio año, y en Trípoli había perdido el control hace dos meses, sus mensajes de audio emitidos desde la clandestinidad por una televisión siria-iraquí, mantenían intranquilos a los libios. Estaban destinados a enardecer los ánimos de los combatientes fuertemente armados que le eran aún fieles, pero les causaban desasosiego.

«Incluso cuando Trípoli fue liberado, no nos sentíamos tan libres como ahora», afirma Fuad al Mabruk desde Bengasi. «Para nosotros siempre estuvo claro: la vida no podía regresar a la normalidad hasta que Gadafi se hubiera ido. Ahora ha llegado el momento», afirma sin poder refrenar su alegría.

En las calles de Misrata, bombardeadas durante meses por las tropas de Gadafi, se veía a la gente celebrar la noticia. Repartían dulces, que les sabían más dulces por la muerte del dictador. En Trípoli, las ametralladoras de los rebeldes dispararon salvas para celebrar su desaparición.

La escena recordó cuántas armas quedan todavía en circulación en Libia. Pero en medio de la alegría vivida, esto no parecía molestar a nadie en ese momento.

«¡Alá es grande! ¡Alá es grande!», gritaban una y otra vez los hombres armados, según se veía en televisión. Otros bailaban y cantaban. En Sirte, la ciudad en la que nació y fue abatido Gadafi, y donde el mismo día cayeron los últimos refugios de los afines al exdictador, fueron quemadas las últimas banderas y los últimos retratos del caído «Líder de la revolución». Los combatientes no cabían en sí de júbilo.

«Después de esto liberaremos Jerusalén y Palestina y a toda la nación árabe», exclamaba un miliciano entusiasmado frente al micrófono de la cadena de televisión Al Yazira. También en Trípoli se gritaban consignas en apoyo a las personas que se encuentran movilizadas en Siria, Yemen y los territorios palestinos.

Los libios, ahora liberados, no han querido olvidar que en otros lugares de la región continúan el despotismo de los tiranos y la ocupación.