Oskar Fischinger, el peregrino romántico que se endeudó por el arte abstracto

M.V. LA VOZ

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El creador alemán está considerado como el padre del videoclip. Su rompedora obra fue perseguida por el régimen nazi, por lo que tuvo que cruzar el Atlántico en busca de la libertad

23 jun 2017 . Actualizado a las 13:22 h.

Oskar Fischinger está considerado como el gran padre del videoclip. Un genio del audiovisual. Un hombre adelantado a su tiempo que conjugó música e imagen y que transformó la cultura popular del siglo XX. Desde su juventud destacó sobre el resto de los creadores alemanes como un artista de ruptura, algo que le costó enemistades. Con el ascenso de Hitler al poder y la posterior implantación de todo su aparato de propaganda, el nazismo tachó su obra de degenerada. Perseguido, no tuvo más opción que subirse a un barco para cruzar el charco e instalarse en esa gran tierra de las oportunidades que por entonces era Estados Unidos. Allí disfrutó de la libertad necesaria para trabajar a gusto hasta convertirse en una figura del audiovisual. 

La localidad alemana de Gelnhausen, en el centro del país, vio nacer a Oskar Fischinger el 22 de junio del año 1900. Desde muy joven mostró una gran inquietud por el arte, enfocando su carrera hacia la pintura y la realización cinematográfica, convirtiéndose en uno de los artistas más rompedores de la época. Con el ascenso al poder de Hitler, el aparato nazi no veía con buenos ojos sus trabajos, y Fischinger pasó a formar parte de un grupo de sospechosos, de gente peligrosa para el régimen, de agitadores (se entiende que cultural), bajo la etiqueta oficial de «degenerado». Así, en el año 1936 llenó de ropa una maleta y se embarcó para cruzar el Atlántico con rumbo a América. Allí no le fue mal. 

Oskar Fischinger había hecho méritos más que suficientes, al menos para la ominosa Alemania nazi: fue músico y después técnico de diseño arquitectónico, también dibujante abstracto, pintor y creador de cine experimental. Convirtió los sonidos en imágenes, las imágenes en sonidos. Jugó con los límites, con la naturaleza del arte visual. Desplazó las piezas, escuchó a las formas. Emparejó a la música con la geometría y, así, se fue alejando poco a poco de la aburrida animación que se perfeccionaba en las primeras décadas del siglo XX. Todo un rebelde a los ojos de Goebbels.

A Oskar Fischinger hay quien le atribuye, por todo ello, haber plantado la semilla de lo que hoy conocemos como videoclip: la comunión entre el sonido y la imagen. Empieza a preparar el terreno en 1920: se muda a Múnich y se lanza a ensayar con la pintura animada musicalizada, inspirado en los diagramas del budismo tibetano. Totalmente arruinado, decide siete años después regresar a Berlín. Una buena mañana, ahogado por las deudas derivadas de su empecinamiento en el arte abstracto -y el consecuente descuido de su negocio de animación-, se cuelga una mochila a la espalda -en ella, una cámara y varios rollos de película- y se echa a andar. Solo. Como si fuese un peregrino. Durante días, casi un mes. De carretera secundaria en carretera secundaria. Al llegar a la capital alemana, Fischinger había documentado visualmente todo su trayecto. El resultado fue München-Berlin Wanderung (Caminata de Munich a Berlín).

De vuelta en Berlín, Oskar Fischinger boceta las que pasarían a la historia como sus obras más destacadas: una serie numerada desde el seis hasta el diez, que explora problemáticas músico-cinéticas con formas geométricas en blanco y negro sincronizadas con música. Antes de escapar a suelo estadounidense, el alemán dejó firmados algunos trabajos más, complejos y dinámicos, basados en ciclos hipnóticos y formas sólidas. 

Paramount lo convocó en Hollywood en 1936, una vía de escape en el mejor momento: su Composition in blue, (Composición en azul), sin autorización, había sido premiada en la feria mundial de Bruselas, colocando a Fischinger en una delicada situación ante el poder alemán. Pero en la tierra de las oportunidades hubo más zancadillas que trampolines. Las grandes productoras cinematográfica le cortaron las alas, dificultándole el trabajo, obligándole a prescindir del color. Disney contó con él en Fantasía, para la que diseñó la secuencia para Tocata y fuga en re menor de Bach, pero su trabajo inicial fue alterado y simplificado, y Oskar acabó rompiendo relaciones con los padres del ratón animado más famoso del mundo.

Tras varios intentos frustrados a los mandos de la animación norteamericana, Fischinger optó por darle la espalda a su talento y dedicarse, sus últimos años de vida, a la pintura al óleo. Nos quedan de él un puñado de maravillas visuales, una gran lección de autodidactismo, su curiosidad insaciable y su genialidad.