Zaha Hadid, la arquitecta de los enfados monumentales

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Sus respuestas eran tan cortantes y afiladas como su obra. Hay quien la acusaba de diva, y no puede negarse que era una mujer temperamental. Pero, al final, sus edificios hablaban por ella. Mujer y árabe, rompió todas las barreras al hacerse con el Pritzker en el año 2004

31 may 2017 . Actualizado a las 20:24 h.

Zaha Hadid (Bagdad, 1950-Miami, 2016) llegó en el 2003 a un abarrotado auditorio coruñés que la recibió con una salva de aplausos, pero el idilio duró poco. Nada más empezar, la iraquí se quejo de que no podía hablar a la vez que el intérprete, y poco después lo acusó de no estar traduciendo bien sus palabras. «Es poco profesional», dijo al público. El intérprete y ella se enzarzaron, en medio del desconcierto general. Amago de «que no sigo». Bronca. En medio de la exposición, él le corrigió una palabra. Ella: «No traduzca esta parte». Y así hasta el final. Ningún miembro del jurado se atrevió a preguntarle nada.

Era la presentación de su propuesta para la Casa de la Historia. Y sirvió no solo para conocer el proyecto arquitectónico de Zaha Hadid, sino también, inesperadamente, su brusco y poderoso carácter, tan presente en sus trabajos, rotundos y audaces. La iraní no lo tuvo fácil: nació mujer en un mundo de hombres y, por si esto fuese poco, eligió una disciplina especialmente masculina. Tuvo que armarse de paciencia, aprender a ser constante. Entender que solo cuando el talento va de la mano del trabajo puede llegar a romper barreras, hacer sólidos los sueños, reales los proyectos pensados. 

Nacida en Bagdad (Irak) en 1950 y fallecida en Miami el último día de marzo del año pasado, Zaha Hadid se convirtió en la primera mujer en ser galardonada con el prestigioso Premio Pritzker de arquitectura. Fue, con 53 años, la persona más joven en lograrlo. Creció en el seno de una familia de la alta burguesía. Su padre era un destacado político, también empresario, del régimen anterior a la llegada de Sadam Hussein. Desde que, en 1932, el país accediera a la independencia, se habían sucedido diversas insurreciones y rebeliones de minorías, todas ellas sofocadas por el ejército del rey Faisal II, lo que sembró entre la población un incómodo sentimiento contra la monarquía y la alianza con occidente (la tutela británica abarcaba desde la política hasta la economía, pasando por las relaciones internacionales).

El Irak que recordaba Zaha Hadid era, sin embargo, liberal y tolerante. En una entrevista concedida hace un tiempo a La Voz explicaba que, cuando ella creció en Irak, la entrada de las mujeres en el mundo de la arquitectura era más común allí que en Europa. En cualquier caso, todo cambió con el golpe de Estado de 1958. La familia de Zaha Hadid se vio obligada a marcharse al exilio y ella se formó en un internado suizo. Posteriormente, estudió Matemáticas en Beirut y Arquitectura en Londres. Su carrera profesional despegó a finales de los años 70, cuando empezó a colaborar con OMA (la oficina del holandés Rem Koolhaas), una destacada firma internacional dedicada a la arquitectura contemporánea, el urbanismo y el análisis cultural en la que fuimos testigos de las primeras pinceladas de la arquitectura de Zaha Hadid, caracterizada por una fuerte carga experimental: volúmenes fracturados, proyectados, planos cortantes y afilados que giran alrededor de puntos excéntricos...

Las tendencias de Zaha Hadid cristalizaron en The Peak, un proyecto para un club social localizado en Hong Kong cuyo concurso ganó la iraquí, pero que finalmente se quedó en el papel. Durante la década de los ochenta, realizó otras propuestas similares que no llegaron a construirse, entre ellas dos edificios en Japón. Pero Zaha Hadid combinaba estos trabajos con una intensa actividad docente; primero, en la Architectural Association de Londres y, a partir de 1987, como directora de la cátedra Kenzo Tange de la Graduate School of Design, en Harvard. La arquitecta iraquí reconoció en alguna ocasión que, pese a su posición acomodada, las clases y conferencias que impartía le ayudaron a mantenerse.

Sus proyectos no pasaban del papel por ser mujer

Estación de bomberos de Vitra
Estación de bomberos de Vitra

Todo cambió en 1993, cuando le ofrecieron diseñar el cuartel de bomberos de Vitra (Weil am Rheim, Alemania), un conjunto integrado por una fábrica de muebles y un museo, además de otros edificios firmados por estrellas como Gehry o Siza. Zaha Hadid proyectó un pabellón-concepto dominado por una serie lineal de paredes que se perforan, se inclinan y se rompen según los requerimientos funcionales.

La estación de Vitra ayudó a Zaha Hadid a sacar adelante otros proyectos bloqueados, como el edificio de viviendas IBA, en Berlín, y a ganar el concurso de la ópera de Cardiff (Gales, Reino Unido) en 1994, que tampoco llegó a llevarse a cabo tras decidir el patronato promotor que la propuesta era demasiado radical. Este hecho generó una enorme polémica y suscitó un debate a nivel profesional del que Zaha Hadid, una vez más, salió fortalecida.

Cimentó luego Zaha Hadid su fama con dos trabajos que para otros arquitectos serían menores, pero que ella consiguió convertir en iconos de la nueva arquitectura. El primero fue la terminal de tranvía Hoenheim-Nord (Estrasburgo, Francia), construida entre 1999 y 2001. Dominada por dos capas (suelo y cubierta) fracturadas y ligadas por columnas oblicuas, la idea global que subyace es la de crear ámbitos y líneas superpuestos que se unen para formar un todo en constante cambio. Estos ámbitos constituyen las pautas de movimiento generadas por coches, tranvías, bicicletas y peatones. El segundo proyecto singular (tanto por lo insólito del programa como por la repercusión internacional que ha tenido) fue el trampolín de saltos de esquí de Bergisel (Innsbruck, Austria), terminado en el 2002. Una pieza funcional al servicio del deporte de alta competición y fabricada con precisión matemática. La unión de elementos se resolvió como lo hace la naturaleza: desarrollando un híbrido sin costuras, cuyas partes se articulan y se fusionan de manera uniforme en una unidad orgánica.

La silueta del trampolín de Bergisel anticipó un giro en el diseño de Zaha Hadid. Sus siguientes proyectos suavizaron su deconstructivismo para abrazar un estilo más fluido y topográfico. Y la arquitecta pasó de tener las manos atadas a ser una de las arquitectas más reclamadas del planeta: edificios de todo tipo en los cinco continentes -el Centro de Arte Contemporáneo de Cincinnati, el pabellón Lfone, el complejo de esquí de Innsbruck, el centro acuático para las Olimpiadas de Londres, el museo Maxxi de Roma o, entre otros, la ópera de Guangzhou- integran una obra que se completa con diseños de mobiliario e interiores, como el restaurante Moonsoon, en Sapporo (Japón); estructuras temporales (pabellón de música y vídeo de Groningen, Holanda), e incluso escenarios de espectáculos, como el montaje del Pet Shop Boys Tour 1999-2000. 

Curiosamente, lo mejor de Zaha Hadid, la representación arquitectónica de sus propuestas sobre el papel, es también su perdición. Sus bocetos no se disponen de la forma habitual, sino que se despliegan con un código visual propio que presenta objetos plásticos en disposiciones reversibles y cambiantes. Esta obra gráfica es tan admirada como polémica, ya que mucha gente confunde sus dibujos, que muestran las numerosas y diferentes imágenes del proceso de diseño, con la totalidad del edificio. Y así, al igual que su arquitectura, la personalidad de Zaha Hadid era emocional e intuitiva, temperamental y cortante.

Lo mismo vestía telas exquisitas de Issey Miyake que se ponía una chaqueta vieja del revés. En sus manos, Zaha Hadid lucía siempre extravagantes anillos de su propio diseño. Ella, sin embargo, insistía siempre en que era más sencilla de lo que aparentaba: «A veces te hace falta hacer algo completamente mecánico para poder tener ideas, hacer algo sin pensar, como pasarte una hora entera planchando camisas. La gente piensa que estoy loca cuando se me ocurre pasar el día haciendo este tipo de cosas».

En el año 2004, Zaha Hadid fue galardonada con el Pritzker de arquitectura, convirtiéndose en la primera mujer en ser reconocida con el prestigioso galardón. De su escarpado camino hasta ahí quiso hablar el jurado cuando falló a su favor, una senda, la que le llevó al reconocimiento mundial, que supuso «una lucha heroica». La iraquí -de ojos grandes, de voz ronca y muy seria- rompió moldes; se adelantó a su tiempo. Ella, tras recibir el premio, reconoció el premio haber trabajado muy duro. «Me imagino -apuntó, sin embargo- que hubiera sido así en cualquier otra profesión».