Sandford Fleming y el tren perdido que dividió el mundo en zonas horarias

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Hay una buena razón por la que el planeta se divide en 24 husos horarios

07 ene 2017 . Actualizado a las 16:51 h.

Hasta el mil ochocientos, cuando un español cruzaba la frontera portuguesa, debía atrasar el reloj 21 minutos. Cuando viajaba a Francia, adelantarlo 23. Y así, un poquito más, un poquito menos, según avanzase hacia el este o hacia el oeste. Cada país se regía entonces por una hora local que únicamente dependía de la luz del Sol. Qué más daba tener que ajustar el minutero en cada excursión; el arreglo, al fin y al cabo, era mínimo. Lo importante era que el reloj marcase las doce cuando el astro luminoso estuviese en lo alto del cielo. El estricto mediodía. Y entonces llegó el ferrocarril, los viajes se agilizaron y el tiempo pasó a ser un problema.

En 1870, si una persona se movía de Washington a San Francisco en tren y ponía en hora su reloj en cada localidad por la que pasaba, debía girar la rueda más de 200 veces. Los viajeros americanos, que solían recorrer mayores distancias en sus itinerarios que los de otros continentes, solucionaron el lío equipando sus muñecas con relojes de hasta seis caras diferentes, cada una con una hora local: la de las estaciones que iban atravesando. El trabajo de los jefes de estación se convirtió en un auténtico rompecabezas, tantos horarios singulares que coordinar. Pero, aunque la situación era incómoda a la hora de organizarse, no lo era tanto, sin embargo, a la de adaptarse al desplazamiento. Si los trayectos eran medianos, el salto temporal apenas resultaba notable físicamente: no existía el jet lag, esa incómoda descompensación horaria tan amiga del insomnio nocturno y del párpado cerrado a media mañana.

El ajetreo requería, aún así, un remedio más concreto, unificado y universal. Las múltiples caras del reloj solo servían para salir del paso y no volverse completamente loco en el intento. Se precipitó la búsqueda de soluciones cuando el ingeniero y topógrafo escocés Sandford Fleming, nacido hace hoy exactamente 190 años, perdió un tren en una estación de Irlanda a raíz de una confusión en el horario de salida. Llevaba tiempo el inventor, afincado en Canadá desde los 17 años, dándole vueltas al tema del ajuste, pero tras su incidente en Europa dejó de dudar y el 8 de febrero de 1879 se plantó en el Royal Canadian Institute para proponer su plan: un sistema común para todo el planeta que dividiese el mundo en 24 zonas horarias distintas, delimitadas por meridianos que irían de norte a sur.

El mapamundi estaría troceado en imaginarios gajos horarios, expuso Sandford Fleming. Desde el primero de todo ellos, situado en Greenwich (Inglaterra), el reloj avanzaría una hora hacia el este, meridiano a meridiano, y la restaría hacia el oeste. Las esferas de una misma región quedarían así sincronizadas al mismo tiempo solar, el tiempo solar medio de dicha región. La línea inicial, coincidente con el meridiano 180°, el de Greenwich, pasaría a ser conocida como línea internacional de cambio de fecha. Cruzarla implicaría cambiar de hoja en el calendario exactamente un día: las 24 horas de la vuelta, una por cada meridiano.

Volvió a defender Sandford Fleming su sugerencia cinco años más tarde en la Conferencia Internacional del Meridiano que se celebró en Washington. Los 25 países allí reunidos le compraron la idea de establecer como punto de partida el meridiano de Greenwich, pero rechazaron aceptar su concepto de zonas horarias. Tardarían 40 años en recapacitar, aceptar y asimilar la segmentación, pero hoy, casi un siglo después, todavía hay naciones que viven con el tiempo desordenado. No solo China, que se rige por un único horario a pesar de que su vasta superficie abarca 9.596.961 kilómetros cuadrados. España, haciendo oídos sordos por cuestiones políticas al inteligente planteamiento de Fleming, vive todavía una hora por delante. Sesenta minutos adelantada a su ritmo natural, el solar.