¿Cómo se le ocurrió a alguien determinar la velocidad de la luz por primera vez?

La Voz

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Ni la luz es infinita ni se propaga de manera instantánea. Lo sabemos hoy, pero hace 400 años astrónomos y científicos se rompían la cabeza para explicar este fenómeno. Y entonces un astronómo danés tuvo una gran idea.

09 dic 2016 . Actualizado a las 17:50 h.

La primera determinación de la velocidad de la luz tuvo lugar en 1675, hace exactamente 340 años. Lo logró un astrónomo danés que hoy es un desconocido fuera del mundo científico pese a haber desvelado la incógnita que le quitaba el sueño cada noche al archifamoso Galileo. Sí pasó a la Historia el italiano, pero lo hizo por otras razones: su afinación del telescopio, la primera ley del movimiento, sus vistazos al espacio y sus posteriores observaciones... En definitiva, se convirtió en el padre de la física moderna. Pero no por haber descubierto con qué rapidez se mueve la radiación electromagnética que percibe el ojo humano. Aunque lo intentó.

Galileo mandó a un hombre con una linterna a lo alto de una montaña y colocó a otro, también equipado con un foco, en una cima distinta, ambas separadas por un par de kilómetros. Le ordenó al primero que enviase una ráfaga de luz y al segundo que, al recibirla, devolviese la señal. Intentaba calcular el tiempo transcurrido entre el primer resplandor y la llegada de la respuesta.  

El italiano no obtuvo resultado alguno concluyente. Separaba más y más a sus ayudantes, encaramados en diversas cumbres montañosas, pero sus anotaciones seguían siendo las mismas. Necesitaba un reloj mucho más preciso y una distancia considerablemente mayor. Y en 1675, dos décadas después de su muerte, el astrónomo Ole Roemer (también escrito Rømer, Römer o Romer) dio con la clave para medir con exactitud la velocidad de la luz. Fue durante una de sus habituales contemplaciones a Júpiter y a sus cuatro satélites. Tras mucho mirar y mirar, algo le llamó la atención: cuando la Tierra estaba en la posición más alejada del planeta brillante, los eclipses de sus lunas se producían con cierto retraso. ¿Qué era lo que producía este leve retardo?

La velocidad de la luz. Ahí estaba la diferencia, en la distancia. Roemer lo entendió todo. Como observaba desde una mayor distancia, la luz tenía que atravesar una longitud mucho mayor y tardaba más en llegar. Hizo el cálculo desde el punto de la órbita terrestre más alejado de Júpiter y estimó el dato en 220.000 kilómetros por segundo, una rigurosa aproximación teniendo en cuenta que estamos hablando del siglo XVII: el valor aceptado hoy es de 299.792,458 kilómetros por segundo. ¿Por qué erró en 79.000 kilómetros? Porque entonces no se conocían con tanta exactitud como ahora las distancias interplanetarias. 

Comprendió el danés que la luz no es instantánea, que aunque es rápida, precisa cierto tiempo para propagarse. Que si la Tierra se encontraba a un lado del Sol y Júpiter al otro, necesitaba recorrer la distancia que separaba a ambos planetas más todo el diámetro de la órbita terrestre. Y que tardaba exactamente 22 minutos en hacerlo. Roemer desarrolló con esmero y precisión su teoría y en 1676 puso rumbo a París para presentarla en la Academia de Ciencias. Nadie le dio mucha importancia.

Hoy, cuatro siglos más tarde, la velocidad de la luz continúa generando una enorme e hipnótica curiosidad en el ser humano. Sigue suponiendo un conflicto para la razón asimilar que las luces que se ven en el cielo no existen, que han desaparecido hace miles de años. Su destello todavía resplandece en el firmamento y lo hará durante décadas. Su claridad sigue viajando en el espacio que nos separa(ba) de ellas. En el año 2004, se detectó la galaxia más lejana identificada hasta la fecha. Está a 13.000 millones de años luz, lo que significa que hoy vemos una luz emitida al poco de que se crease el universo. Da vértigo.