Anna Freud, el «demonio negro» de la familia

La Voz REDACCIÓN

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La hija díscola de Sigmund Freud, que este miércoles cumpliría 119 años, fue una prestigiosa psicoanalista obsesionada con civilizar los impulsos de los niños

03 dic 2014 . Actualizado a las 08:08 h.

Sigmund Freud saltaba de un apodo a otro para dirigirse a Anna Freud, su sexta hija, la más pequeña de todas. La llamaba Annerl, pero también «demonio negro» por su carácter díscolo y excéntrico en el seno familiar y, en ocasiones, se refería a ella como Anna Antígona, en referencia a la hija que guía a Edipo al final de sus días, convertido en un mendigo ciego y errante. Porque pese a lo que muchos se empeñaron en creer, Anna Freud no traicionó la herencia teórica de su padre, orgulloso de su discurso y del rumbo pedagógico que tomaron sus estudios psicoanalíticos. «Me regocija poder decir que al menos mi hija Anna Freud se ha impuesto este trabajo como la misión de su vida, reparando así mi descuido», manifestó públicamente en una ocasión el padre del psicoanálisis.

Y es que Anna Freud se propuso el reto -y lo cumplió- de ahondar, contemplar, estudiar y sacar conclusiones contundentes de esa arista del psicoanálisis que dejó su padre sin pulir, de ese «descuido», de esa «traición» a la pureza de la práctica terapéutica fundada por su progenitor: su aplicación a la educación de los niños. El amor padre-hija de Sigmund Freud y Anna Freud fue al principio descompensado. Anna llegó la última, no había sido deseada y las fuentes que abordan la figura de la austríaca recalcan que, durante sus primeros años de vida, despertó poco interés en el ámbito de la familia en general y en su padre en particular. El cariño fluía de forma completamente diferente en la otra dirección. Anna siempre admiró al aclamado neurólogo, intentó sin éxito estudiar medicina -como todas las mujeres de su época, acabó desistiendo en su empeño por pisar la universidad- y, a los 23 años, se prestó como objeto de análisis para el prestigioso doctor.

El psicoanálisis trazó, por tanto, un vínculo sólido y emocional entre ambos. El austríaco sentía un amor narcisista por Anna Freud, amilanó a sus posibles pretendientes por miedo a que pudieran privarlo de ella y, sobre todo, a que pudieran mermar su interés en el aprendizaje y se cree que, como mínimo, le aplicó terapia de forma informal en dos ocasiones, dos episodios que constituyen los más controvertidos, por emocionales, del intelectual. El problema del estudio de Sigmund Freud a Anna Freud es que no se trató de un análisis didáctico, encaminado a formar a la futura analista que más tarde llegaría a ser su hija, dedicada en cuerpo y alma a la terapia de niños y al concepto del «yo», sino que se centró, sobre todo, en buscar una cura a determinados sueños violentos y fantasías, consecuencia de una baja autoestima, que dejaban a Anna agotada, incapaz de tomar decisiones.

Freud, como analista, le pidió a su hija que volcase ante él todos sus sentimientos hostiles y amorosos, y, teniendo en cuenta que el austríaco es el máximo defensor del complejo de Edipo, este análisis resultó más que polémico, considerado incluso negligente, en su historial de investigaciones. Anna Freud, por su parte, asumió de tal forma las insignias de su padre que rechazó hasta su propia sexualidad. Vivió una vida ascética, dedicada al amparo y al estudio de los niños que carecen de cuidados esenciales. Consiguió con esfuerzo instaurar centros de acogida para menores huérfanos y traumatizados a consecuencia de las dos grandes guerras que durante la primera mitad del siglo XX asolaron Europa, fundó en Londres -donde recaló acompañando a su padre, que huia del exterminio nazi- una clínica para niños y puso en marcha un centro de formación de psicoterapeutas en psicoanálisis infantil.

Anna Freud, nacida en Viena en 1895 -el año en el que, tal y como señala su biógrafa, su padre hizo el descubrimiento de la interpretación de los sueños-, acabó de perfilarse como la gran psicoanalista que llegó a ser una vez que Sigmund Freud falleció. Junto a su amiga Dorothy Burlingham llevó a cabo un iniciático experimento educativo entre 1940 y 1945 en las guarderías residenciales de guerra sobre los factores psíquicos en el desarrollo infantil. De sus estudios posteriores extrajo conclusiones como que en el niño, a diferencia de en el adulto, están ausentes la conciencia de la enfermedad, la resolución espontánea de analizarse y la voluntad de curarse. Anna Freud falleció el 9 de octubre de 1982.