Julio Cortázar, «el mentiroso»

La Voz CÉSAR CASAL

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AURORA SANCHEZ

Hace una década, el argentino Eduardo Montes Bradley publicó una biografía del autor de «Rayuela» con la promesa de desarmar las mentiras del escritor y desmitificar su figura. Acabó desvelando solamente algunos «pecados leves» del descubridor de mundos, tesoros y cronopios que fue

26 ago 2014 . Actualizado a las 22:50 h.

Julio Cortázar fue Julio Denis en los primeros poemas de Presencia. Fue Julio Florencio más tarde hasta en su documento de identidad. También fue Cocó de niño pequeñín, como su hermana Ofelia fue Memé. El cronopio genial no se atrevió con el Julio Cortázar hasta que se sacó de encima la sombra de su padre en fuga Julio José Cortázar. El juego de nombres malabares que se trajo Cortázar es uno de los «misterios», así entre comillas, que desveló el también argentino Eduardo Montes-Bradley en su biografía, publicada hace casi diez años. Bradley ya había hecho un documental de éxito sobre el cronopio de Banfield.

El libro sobre Julio Cortázar, Cortázar sin barba, que publicó entonces Destino, es una biografía desmitificadora de casi cuatrocientas páginas. Solo entiendo la pasión por la biografía de los escritores cuando algún detalle puede ser iluminador de la faceta creativa. El resto me parece un claro ejemplo de marujas literarias, tan fucsia como la literatura rosa. Eduardo Montes-Bradley, desde el diálogo inicial entre sus dos colaboradores, a modo de prólogo, peca de maruja y, lo que es peor, de ombliguismo. Estamos ante la típica biografía en la que quien escribe se exhibe como detective y narra también las peripecias que sufrió a la caza de las grandes mentiras del escritor. ¿Es un libro sobre Julio Cortázar o sobre Bradley? No me parece un drama que un escritor mienta. Es más: los escritores viven de mentir, escribir es muchas veces mezclar lo vivido, con lo leído, con lo soñado, con sabe Dios qué.

Puede estar muy bien saber qué músicos de jazz adoraba Julio Cortázar para entender mejor El perseguidor o para gozar con los mismos discos que el escritor famoso, pero creo que solo tiene sentido perseguir a Julio Cortázar en sus mentiras si se tratase de grandes dramas o tomadura de pelo con trascendencia para la sociedad. Pero he aquí la lista de pecados veniales en los que pesca Eduardo Montes-Bradley al autor de Bestiario:

Las biografías suelen decir, y Julio Cortázar lo subrayaba, que nació accidentalmente en Bruselas. Bradley desvela que no fue tan accidentalmente. La familia estuvo un par de años en Bruselas y allí mismo nació su hermana. Su padre no fue un diplomático como declaraba su hijo en las entrevistas. Viajó a Europa por razones económicas. También estudia el árbol genealógico y descubre que Julio pudo ser primo en enésima instancia de un tal Che Guevara. Ese dato sí tiene su gracia.

Otros secretos de Julio Cortázar a los que Bradley les pone el altoparltante es que el acento francés del que hacía gala nuestro cronopio era falso. En realidad se trataba de una diagnosticada dislalia orgánica que le obligaba a arrastrar las erres como un caracol. Este detalle pierde fuelle cuando el biógrafo recoge una entrevista con Mercedes Milá en el que el propio Cortázar reconoce su problema, erre que erre. Habla también el biógrafo vengativo, ¿el perseguidor?, de cómo Julio confundió en no pocas ocasiones a su padre con un tío para no meter más el dedo en la llaga del abandono familiar.

No todo van a ser palos y Bradley pone luz sobre algunas virtudes de Julio Cortázar. Tenía una cabeza de primera: hizo la carrera de traductor en nueves meses cuando lo normal era terminarla en tres años. No firmó el manifiesto a favor del Alzamiento en España, nunca fue franquista, como llegó a afirmar algún historiador. En este punto, Bradley le da un toque gallego a la biografía y argumenta que era imposible que Cortázar fuese franquista cuando se le relacionaba en Buenos Aires con gallegos exiliados por cuestiones políticas como el pintor Luis Seoane o Arturo Cuadrado. Luis Seoane estuvo a punto de ilustrarle una de sus obras.

Vuelta a las mentiras más crueles. Bradley se toma a risa el supuesto gigantismo que Julio Cortázar decía que sufría por prescripción facultativa. Nada de nada. Un boutade del amante de lo francés. «La única nacionalidad que buscó Cortázar con afán fue la francesa», explica. Escritores y amigos como Carlos Fuentes se creyeron lo del gigantismo y llegaron a pensar que su amigo aumentaba de tamaño a razón de un centímetro por año. Otra leyenda del hombre de barba castrista que afeita en este libro Bradley es cómo pudo pasar a la Historia con pelo en la cara si era un barbilampiño confeso. ¿Sería con hormonas?

Los ejemplos de marujeo ya son sufi cientes. Poco más hay en las cuatrocientos páginas de esta biografía de un período de la vida de Julio Cortázar. El libro termina cuando Cortázar se marcha a Europa y empieza la leyenda literaria. Las páginas son sobre el niño, el adolescente afectado que adoraba a Mallarmé, a Federico García Lorca o a Pablo Neruda, el profesor en provincias que ya tuvo problemas políticos en la Universidad y el adulto que quiso ser escritor y que peloteó a Borges en una carta para mostrarle un relato: «Su voz (la de Borges) tan ceñida, tan libre de lo innecesario», le regaló. O sea, el creador en ciernes que siempre estuvo rodeado de mujeres, tres. Hasta se casó con tres este amante de las cábalas y los horóscopos, bromea Bradley. El libro recupera unas cuantas imágenes curiosas de Julio Cortázar, pero el afeitado le queda al biógrafo tan falso como el de los toros bravos.

Me quedo con el Cortázar barbado, capitán Ahab de la literatura, descubridor de mundos, tesoros y cronopios, genio de manos largas y de unos ojos claros que copió del azul del mar.

La mesa de Cortazar renace

Si hay un lugar en el que la inspiración estaba latente para Julio Cortázar ese pequeño reducto se llamaba café London City, una especie de cielo literario situado en Buenos Aires que el genial autor argentino solía frecuentar. El centenario del nacimiento de Cortázar ha sido suficiente pretexto para reabrir las puertas del histórico café después de permanecer un año con el cerrojo puesto. El menú, café y medias lunas, ha permitido a los transeúntes que cada día apuran sus pasos por el cruce entre la calle Perú y la avenida de Mayo (en pleno corazón de la capital argentina) embriagarse del recuerdo de uno de los grandes genios de la literatura.

Ni la ausencia del propio Julio Cortázar podrá empañar el día de celebración y aunque el escritor ya no honre a los presentes con su presencia en su habitual mesa, «el London», inaugurado en el año 1954, mantendrá el halo literario con la magia que desprende la mesa con un cenicero que los responsables del café conservan como recuerdo. Las citas que plagan la pared del establecimiento conseguirán hoy inmortalizar a un hombre que hizo historia con sus bellas palabras. «Homenaje y reconocimiento de London City al gran escritor que dejó inmortalizado el nombre de nuestra confitería en una de sus memorables obras», reza una placa en la mesa donde se sentaba Cortázar, apuntan orgullosos los empleados del literario establecimiento.