Rachel Louise Carson y su batalla para que los pájaros siguiesen cantando en primavera

La Voz REDACCIÓN

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La ecologista estadounidense libró en vida una comprometida lucha contra los pesticidas. Hoy se cumplen 107 años de su nacimiento

27 may 2014 . Actualizado a las 19:55 h.

Rachel Louise Carson sabía que la erradicación de especies de manera repentina y masiva produciría desequilibrios a mucha mayor escala que nos situarían en una espiral de final desconocido. Y lo sabía hace más de 60 años, cuando los profetas del fin del mundo todavía ni se imaginaban qué era el calentamiento global. Este martes se cumplen 107 años del nacimiento de esta zoóloga estadounidense, a la que muchos llegaron a bautizar como la primera ecologista moderna. Escribió la última línea de Primavera silenciosa a finales de los 50 y en la década de los 60, el libro -que vaticinaba primaveras sin cantos de pájaros de seguir con el proceso degradativo provocado por la contaminación ambiental- se convirtió en una suerte de Biblia de la conciencia medioambiental.

El tratado de Rachel Louise Carson fue definido en varias ocasiones como un alegato del ecologismo popular, del ecologismo de los pobres, frente al ecologismo defendido por los ricos, preocupados únicamente por la conservación de especies exóticas y de paisajes de los que solo pueden gozar una afortunada minoría con las carteras llenas. El reclamo de las clases menos prósperas, en cambio, ha estado siempre orientado a preservar la calidad de vida: protestas contra la pérdida de los recursos naturales indispensables para vivir, la instalación de depuradoras o vertederos en las zonas más periféricas y desafortunadas, y la aplicación de pesticidas en las agriculturas de los países del Tercer Mundo.

De este conflicto entre Economía y Ecología nació la Primavera silenciosa de Rachel Louise Carson, un puente que avanza desde la sensibilidad naturalista hacia la verdadera conciencia ecológica. En él, la estadounidense se refiere por primera vez al pesticida DDT como «el elixir de la muerte». Acrónimo del compuesto orgánico dicloro-difenil-tricloroetano, este insecticida fue descubierto por primera vez, en 1874, Othmar Zeidler, pero hasta el año 1939 nadie intentó utilizarlo para nada. Fue entonces cuando Paul Hermann Müller, que se encontraba trabajando en la compañía Geigy en Suiza, comprobó los extraordinarios poderes del DDT, aún en dosis muy bajas. Por su contribución a la salud humana al descubrir estas propiedades, Müller fue galardonado con el premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1948.

Al principio, el potente pesticida, denunciado más adelante por Rachel Louise Carson, se consideró secreto militar con el nombre en clave de G4. En 1944 los aliados usaron DDT para detener un brote de tifus en la recién tomada ciudad de Nápoles. Este «polvo excelente», como lo calificó Churchill cuando todavía era confidencial, estaba destinado a salvar millones de vidas humanas al tener la capacidad de matar a algunos de los insectos portadores de las enfermedades más peligrosas del mundo, como los mosquitos de la malaria o del paludismo y los de la fiebre amarilla, los piojos que causan el tifus y las pulgas que propagan la peste.

La trayectoria del DDT, antes de que Rachel Louise Carson enseñara los dientes, no fue corta. El insecticida también sirvió para destruir plagas de los cultivos, como la del escarabajo de la patata, que es quizá la aplicación más conocida en Galicia. Según algunas fuentes, el DDT habría salvado cerca de cincuenta millones de vidas humanas. Así, en 1948 se puso en marcha una campaña para eliminar la malaria en Ceilán. Se producían allí por entonces dos millones y medio de enfermos de malaria al año. Se rociaron todas las casas con DDT y en 14 años después solamente se registraron 31 casos de esta infecciosa enfermedad. Si tan beneficioso era el efecto de dicho pesticida, ¿por qué acabó prohibiéndose?

Fue Rachel Louise Carson la que agitó la conciencia social contra el agresivo compuesto químico, acusándolo de matar la vida salvaje, de originar cáncer en seres humanos, de acumularse en el medio ambiente. Su libro fue una verdadera revolución. Los químicos analíticos de la época, con técnicas experimentales que podían detectar cantidades mínimas, descubrieron la presencia del DDT en el suelo, en el agua, en los alimentos y en los tejidos humanos. Para completar el panorama, aparecieron cepas de insectos resistentes al DDT. La presión sobre el uso del pesticida fue tan grande que desembocó en su prohibición en Estados Unidos el 14 de junio de 1972 -en España, la prohibición entró en vigor en 1977-. En aquel momento, el director de la EPA dijo: «La prohibición del DDT es una decisión política. Nada tiene que ver con la Ciencia».

Desde la perspectiva actual, quizá haya sido excesiva la batalla de Carson contra el DDT -la revista Time calificó la obra en el momento de su publicación como una «simplificación excesiva de redomados errores»- y un error la prohibición total de su uso, un insecticida barato y eficaz que ha salvado más vidas que cualquier otra sustancia química. Errores, bulos, malas determinaciones, informaciones sesgadas y la fuerte presión ecologista precipitaron su extinción. Hay informaciones que demuestran que el DDT no es cancerígeno, que los niveles detectados en los seres humanos están muy lejos de los valores que la Organización Mundial de la Salud considera peligrosos y que, en contra de la afirmación de Rachel Louise Carson que dio título a su reflexivo ensayo -«Llegará un día en el que el canto de los pájaros no anuncie nunca más la llegada de la primavera»-, los pájaros no disminuyeron en las fechas de su empleo masivo.