Auguste Rodin: 172º aniversario del escultor moderno que desterró la idea clásica de estatua

La Voz MECEDES ROZAS / ENRIQUE CLEMENTE

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El artista francés fue una avanzadilla de su tiempo. Independiente y vanguardista fue, sin embargo, duramente criticado por sus innovadoras formas de producción

13 nov 2012 . Actualizado a las 00:50 h.

Auguste Rodin celebraría hoy su 172º aniversario. Un genio de la escultura, uno de los padres del modernismo artístico, uno de los grandes impresionistas. Pero, ¿quién fue realmente Auguste Rodin?, ¿cómo fue su vida?, ¿qué hizo para que haya recreaciones de su gran obra El Pensador en todos los rincones del mundo? Auguste Rodin dio un cambio radical de 180 grados a los cánones establecidos en la escultura y abrió las puertas de la modernidad gracias a su concepción del arte, compartida con algunos de sus contemporáneos como Monet, Renoir, Manet o Cézane, auténticos rebeldes contra el academicismo imperante. Auguste Rodin y sus compañeros se levantaron a finales del siglo XIX contra la voluntad subjetiva sobre la obra, dotando a sus creaciones de una intensa personalidad que las alejaban de cualquier representación mimética del modelo.

Lo hizo Auguste Rodin, de cuyo nacimiento se cumplen ahora 172 años, adhiriéndose en su juventud al movimiento impresionista, que contaba con el apadrinamiento de pintores como Puvis de Chavannes, Odilon Redon, Gustave Moreau y el americano James Whistler, y escritores como Mallarmé, o incluso Baudelaire, que aborrecía soberanamente la escultura. Auguste Rodin fue un gran beligerante de la causa en contra de la Academia, rebelión que acometió al margen de sus colegas, sin compartir discusiones ni tertulias de café, encerrado en su taller parisino de Meudon, exclusivamente preocupado por su carrera y su repercusión social. Bien es verdad que se ha tendido a mitificar biográficamente en exceso la soledad de Auguste Rodin, que, en cambio, no dudaba en presentarse a los concursos de los salones que se convocaban en la época o en asistir a veladas de alta sociedad.

Auguste Rodin fue realmente una avanzadilla de su época, un hombre que rompió los cánones establecidos, al acabar con la visión frontal de las estatuas, duramente criticado y cuestionado por sus formas de producción. Inspirado en la obra de Miguel Ángel, Auguste Rodin desterró la visión única de las figuras, obligando al espectador a contemplar sus obras desde todos los puntos de vista.

Rodin y sus tambaleantes primeros pasos en la escultura

Auguste Rodin se inició en la escultura con El hombre de la nariz rota, una escultura que presentó en 1864 en el Salón Oficial y que fue recibida con muy malas críticas. Rodin utilizó como modelo para su primera creacción a un criado suyo, Bibi, pero la obra fue rechazada por su realismo que en ese momento chocaba frontalmente con la belleza estereotipada a la que obligaba la Academia. Tiempo después un amigo de Auguste Rodin mostró la misma obra a los académicos, argumentando que era una obra de la antigüedad clásica, y la escultura recibió una unánime admiración.

El pensador es, de todas, la obra más conocida de Auguste Rodin. A través de ella, Rodin trató de representar a Dante frente a las puertas del infierno para ensalzar así su poema y consiguió dotarla de una enorme cuota de realismo, llenándola de rasgos propios e identificativos de las personas y reflejando la lucha interna por la meditación y el poder abstraerse del mundo exterior para lograr el equilibrio espiritual. Auguste Rodin realizó el primer modelo de El pensador en 1880, que no s epresentó en público hasta 1904. La estatua está fundida en bronce y pesa 650 kilos, puede verse actualmente a las puertas del museo francés que lleva el nombre del artista y a día de hoy existen múltiples versiones de esta escultura en todos los rincones del mundo.

Después de un viaje a Italia, Auguste Rodin fue consciente de que el cambio estético habría de venir de la mano de Miguel Ángel. En Florencia Auguste Rodin se entusiasma ante el sepulcro de Juliano de Médicis, con las esculturas de La noche y El día, y con La piedad que Miguel Ángel había previsto para su propia tumba. A partir de entonces, el proceso de trabajo de Auguste Rodin quedó marcado por la observación y análisis de la técnica del maestro, por aquel deliberado inacabado, el «non finito», que él contextualizará a finales del siglo XIX en el pensamiento impresionista de las sensaciones. Las diferentes texturas del material, provocadas por zonas desigualmente trabajadas, impactarán de lleno en los mármoles, bronces y arcillas de la obra de Auguste Rodin.

Es curioso que los inicios de Auguste Rodin no presagiasen la fama que lo acompañó en vida, porque, cuando empezó a interesarse por el arte, el escultor fue de fracaso en fracaso. Después de intentar, al menos en tres ocasiones, entrar en la escuela de Bellas Artes de París, sin conseguirlo, Auguste Rodin colaboró en distintos talleres artesanos en los que se fabricaban piezas ornamentales en serie o se decoraban jarrones de Sèvres, trabajos no precisamente estimados creativos, pero que lo ayudaron, hasta cerca de los 40 años, a tener una economía más o menos saneada.

Mientras, empeñado en que se lo reconociera por sus trazas artísticas, Auguste Rodin envió al Salón de 1865 la escultura El hombre de la nariz rota, que fue rechazada. Posteriormente, la pieza La edad del bronce levantó un comunal escándalo, al especularse sobre la idea de un vaciado del natural, una especie de máscara del rostro del propio modelo. Auguste Rodin casi se arruina en los tribunales al defenderse.

La controvertida vida del artista francés

Sin embargo, algunas de las controversias que rodearon a Auguste Rodin, en vez de perjudicarle, terminaron por beneficiarle. Rodin pronto adquirió fama de artista independiente y vanguardista, lo que contribuyó a que particulares e instituciones le hiciesen sus primeros grandes encargos. La puerta del infierno, Monumento a Balzac o Los burgueses de Calais no dejarán terreno para la duda en sus contemporáneos. Estaban ante el mejor escultor de la incipiente modernidad, perfecto heredero de la estela renacentista de Bernini y Miguel Ángel.

Por muchos motivos, Auguste Rodin fue una visionario de su tiempo. Hoy es habitual asumir el trabajo de taller en el que el escultor cree la idea sobre un papel y supervise el proceso de colaboradores que la lleven a cabo, pero hasta entonces, el artista, además de ser el artífice original de la obra, dibujaba, moldeaba y vigilaba al detalle la fundición. Como mucho, los alumnos aportaban su granito de arena elaborando algún pequeño retazo de la figura. En el taller de Meudon, había ya moldeadores que daban forma al barro, al yeso y a la cera, devastadores que con cinceles extraían las formas al mármol, adornistas que elaboraban tocados, asistentes especializados que agrandaban o reducían las tallas, gente de su confianza que plasmaba al detalle las líneas de actuación señaladas por Auguste Rodin.

La influencia de Auguste Rodin sobre los artistas que accedían a su taller era tal que incluso algunos de los que pretendían sobresalir por sí mismos, como Brancusi, renunciaban voluntariamente a recibir sus enseñanzas. Preferían fabricarse su futuro sin el peso de una propuesta que, sabían, significaba el comienzo de una nueva concepción artística. La imagen del Deus artíficex era una realidad en aquel espacio habitado por bocetos, maquetas, intentos fallidos y esculturas con vida propia. Ayudantes como Rose Beuret y Camille Claudel, en su admiración a Auguste Rodin, terminaron por no distinguir al hombre del artista.

La pasión de Camille Claudel

Si la trayectoria artística de Auguste Rodin tuvo sus idas y venidas, con querellas por motivos técnicos y escándalos moralistas, su biografía personal tampoco tiene desperdicio. Auguste Rodin deja los estudios primarios a los 14 años para aprender a dibujar y empieza a trabajar como decorador y adornista, una tarea que compaginará con la de escultor hasta los 40 años. Auguste Rodin intenta entrar sin éxito en la escuela de Bellas Artes, y después de una crisis, por la muerte de su hermana, decide ingresar en una orden religiosa, que poco más tarde abandona.

Auguste Rodin conoce a Rose Beuret, una de sus primeras ayudantes, con la que vivirá hasta 1917, año de la muerte de ambos. A medida que su fama crece, Auguste Rodin amplía su producción y también su taller, en el que llegan a trabajar más de 50 operarios. La escultora Camille Claudel, hermana del poeta Paul Claudel, entra a formar parte del grupo de colaboradores en Meudon. Entre Auguste Rodin y la alumna nace una pasión que perturbará la vida del París más conservador y que dejará secuelas irreversibles en la parte socialmente más débil, la mujer.

El viejo Auguste Rodin mantendrá un idilio con la joven vigilando con recelo y temor su habilidad técnica con la escultura. La artista habría podido destacar por sí misma, pero entonces resultaba inconcebible que la discípula llegase a ser mejor que sumaestro. La relación no tuvo peor final para Camille, encerrada en un sanatorio psiquiátrico durante 30 años. Auguste Rodin, mientras tanto, conservará, sin problemas de conciencia, un aura de dignidad que, por otra parte, en plena transición secular, se le suponía a cualquier artista reconocido, siempre que fuese hombre.

Una extensa producción y la polémica de los calcos

La producción del taller era enorme, porque Auguste Rodin con su «ejército de operarios» multiplicó sus piezas, conservando sus moldes para luego reproducirlas a distintas escalas en bronce y mármol. Solo el Museo Rodin en París cuenta en la actualidad con alrededor de 5.000 yesos.

Poco antes de morir, Auguste Rodin legó al Estado francés todos sus derechos con lo que a partir de entonces no han dejado de repetirse los vaciados de sus piezas más emblemáticas. ¿Se podrían considerar estos calcos de la obra original como falsificaciones? El debate está abierto desde hace décadas, terciando en él desde Bénédite, el primer director del Museo Rodin, hasta especialistas como Rosalind Krauss, que ha dedicado páginas a lo que ella llama «la pluralidad irreducible, una condición que no se reduce a la unidad, a lo singular o único». Pero bien se podría afi rmar que el primer instigador de las dudas entre lo verdadero y lo falso fue, con sus interesados «criterios de comercialización», el propio Auguste Rodin, contribuyendo a que figuras como El pensador llegarán a adornar, incluso, decorativos relojes de mesa, acercando incómodamente los límites de una obra de arte y un objeto Kirsch.

Al margen de estas disquisiciones, Auguste Rodin fue reconocido, junto a Cézanne , como uno de los padres de la modernidad, capaz de crear mundos de gran belleza, de transformar la realidad en alegoría, de extraer del interior de la piedra toda la fuerza de una imagen. Auguste Rodin desplegó su imaginación a través de una amplia iconografía de temas religiosos, literarios y mitológicos, pero hubo un género en el que se prodigó especialmente, el desnudo.

La revolución erótica de Rodin

A lápiz y a acuarela, los dibujos de Auguste Rodin y, evidentemente, sus esculturas contornean las figuras de sus modelos en poses y gestos voluptuosos, que franquean la línea sensual hacia el erotismo, una libertad plástica y moral que en no pocas ocasiones azuzó el escándalo en una sociedad que, ante la aventura de las atrevidas vanguardias, despertaba a los nuevos tiempos con sorpresa y no sin cierto desconcierto. La obra más sensual de Auguste Rodin surge en una Europa de fin de siglo completamente fascinada y rendida al erotismo. Una época en la que Freud explica que el sexo es el motor que todo lo mueve, grandes pintores como Gustav Klimt o Gustave Courbet no se cortan un ápice en representar a la mujer desnuda, en la que las obras de poetas y novelistas están teñidas de erotismo, al igual que la arquitectura y los objetos cotidianos de la mano del art nouveau.

En este entorno propicio Auguste Rodin irrumpe con lo que llama su «escultura de verdad», rompe con los cánones clásicos y embiste con una transformación radical de su arte.

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