Bram Stoker: El escritor al que Drácula hizo inmortal

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

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Dracula

El escritor irlandés creó con Drácula a un vampiro exótico y atractivo que la literatura y el cine acabaron perfeccionando

09 nov 2012 . Actualizado a las 02:05 h.

Bram Stoker (1847-1912) nació un día como hoy hace 165 años en un pequeño pueblo de Irlanda y, con su gran obra maestra Drácula, escrita en 1897, engendró una criatura que acabó haciéndolo inmortal. Bram Stoker fue el primero en perfilar lo que hoy conocemos como vampiro moderno en el momento en el que engendró el personaje principal de su gran obra maestra. Oscar Wilde dijo de la novela de Bram Stoker que era la más bella escrita jamás, pero fue realmente el magnetismo del icono del vampiro, que cambió radicalmente con Bram Stoker, lo que catapultó y al mismo tiempo eclipsó a su autor, convirtiéndolo en el claro ejemplo de creador devorado por la criatura. Drácula de Bram Stoker no fue solo una obra literaria de la época victoriana. Fue mucho más. La pluma de Bram Stoker desencadenó una efervescente pasión por el folclore rumano, el ocultismo, los orígenes de este personaje de ficción marcado por su cercanía a la muerte, a la sangre, a la enfermedad y al erotismo.

No es que Bram Stoker sea un escritor merecedor de figurar en el top ten de la literatura universal, pero sí tiene una producción apreciable como para ser tenido en cuenta. Sin embargo, los cien años que han pasado desde su muerte -el 20 de abril de 1912- no han añadido postergación al arrumbamiento. Bram Stoker ya murió enfermo, olvidado y pobre en una pensión londinense mientras su novela mayor, Drácula, se reeditaba con éxito razonable. El Drácula de Bram Stoker fue uno de los mitos literarios que mejor ha arraigado en el imaginario colectivo hasta el punto de que mantiene hoy plena vigencia y sigue generando nuevas recreaciones artísticas y subproductos tanto culturales como de ocio. Max Schreck fue el primer vampiro del cine para Nosferatu, el clásico que Friedrich Wilhem Murnau realizó en 1921 sobre la novela de Bram Stoker considerada una de las cumbres de la literatura gótica.

Dicen sus allegados que en su último aliento Bram Stoker murmuraba «strigoi, strigoi» («espíritu maligno», en rumano) mientras apuntaba con el dedo a un lugar en penumbra de la habitación. La escena recuerda a los tristes años finales del actor Bela Lugosi (quien mejor puso rostro a Drácula), abandonado en una residencia y con confusión de personalidad, que tan acertadamente homenajeó el cineasta Tim Burton en su bello pero irregular filme Ed Wood.

Nacido el 8 de noviembre de 1847 en Clontarf, un pueblecito que entonces aún no había sido absorbido por Dublín, Bram Stoker fue un niño enfermizo. Y en las largas horas de cama, convalecencia y melancolía fraguó un carácter imaginativo y amante de lo oculto, alentado por las historias de terror de tradición gaélica que su madre le contaba para animar sus tediosos días. La invalidez llevó a Bram Stoker a la voluntad de superación, pero fue esta propensión a la fantasía, mezclada con el rigor que le proporcionaron sus brillantes estudios de matemáticas en el Trinity College y desbordada por la fascinación que le provocó en 1871 una obra de la pareja de dramaturgos franceses Erckmann-Chatrian, la que lo conducirá a abandonar su seguro puesto de funcionario local en Dublín (como lo fue su padre). La impresión que le produjo a Bram Stoker la interpretación de sir Henry Irving en aquella representación teatral lo alentó a publicar su primer trabajo como crítico en prensa y, de ahí, a conocer a su admirado actor. Poco tiempo después, este le propuso que ejerciese como su agente y secretario y finalmente mánager del Lyceum Theatre, tarea que obligó a Bram Stoker a trasladarse a Londres, donde se instaló con su esposa, la actriz Florence Balcombe (la misma que fue novia de Oscar Wilde, buen amigo del escritor).

Bram Stoker y Henry Irving, el tirano

Bram Stoker se convirtió así en mánager, confidente y hasta esclavo de Irving, a quien terminó dedicando buena parte de su vida (alrededor de 30 años). Es más, su actitud tiránica se cree que pudo inspirar, como personalidad vampírica, la construcción de Drácula. De hecho, dicen que el motor de la escritura de la novela fue un desafío del actor a Bram Stoker.

Eso sí, vista la fuerza de sus imágenes, el andamiaje del libro tiene mucho que ver con los conocimientos que del mundo teatral adquirió Bram Stoker. En el poder de la atmósfera, y de su personaje (que revisita la figura de Vlad Tepes, el Empalador), reside precisamente la clave del éxito. Bram Stoker fue miembro de la sociedad secreta The Golden Dawn, como lo fueron Yeats, Conan Doyle, Machen, Haggard, Meyrink, Blackwood o Crowley, quien con su espíritu libre y sus polémicas dinamitó el ocultismo de esta fraternidad de magia ceremonial.

Bram Stoker y sus ensayos de Drácula

Al contrario de lo que se ha dicho, la primera aparición literaria del gran personaje de Bram Stoker no hay que buscarla obsesivamente en el relato El invitado de Drácula. Este cuento, independiente y no desgajado del cuerpo principal como se pensó, fue escrito de forma paralela por Bram Stoker mientras diseñaba su obra mayor y trabajaba en las notas para acometerla, casi como un ensayo.

Dos años después de la muerte de Bram Stoker, el relato fue incluido por su viuda, Florence Balcombe, necesitada de dinero, en un volumen que reunía varias piezas breves. Bram Stoker da cuenta de una aventura en los alrededores de Múnich del invitado inglés de Drácula que movido por su escepticismo se adentra en un valle en busca de un pueblo maldito para los habitantes de la zona, y lo hace además a solo unas horas de la noche de Walpurgis.

No es el único cuento notable del ramillete. Diría más, Bram Stoker tiene en El entierro de las ratas uno de sus grandes hitos creativos más allá de la antología que edita el sello coruñés Ediciones del Viento (siguiendo la versión original de 1914 y en una nueva traducción).

El invitado de Drácula fue la única novedad editorial en España con motivo del centenario de la muerte de Bram Stoker, el pasado mes de junio -ocasión que la Fundación Luis Seoane aprovechó para para reivindicar el legado del escritor irlandés con la exposición Drácula. Un monstruo sin reflejo-, si bien durante los últimos años, con la resucitada fiebre por los vampiros, sí han ido surgiendo otras obras relacionadas con el legado se Stoker. En el 2009, su sobrino biznieto Dacre Stoker recuperó con Drácula, el no muerto el origen del mito con una visión «más actual» y aseguró estar así cumpliendo el deseo secreto de su antepasado, «mantener viva la historia». Valdemar, además, presentó otra versión de Drácula que incluye cuatro piezas reunidas por primera vez por el estudioso Peter Haining. El sello especializado en literatura fantástica tiene además una edición muy recomendable de Drácula de Bram Stoker, preparada por Óscar Palmer.

Drácula: el origen del mito

Pero, ¿Quién es Drácula? ¿Existió? ¿Es una pura invención de Bram Stoker o tiene precedentes? Más allá de que Bram Stoker se inspirara en el asombroso príncipe rumano (también llamado Vlad Draculea), que vivió entre 1431 y 1476 y fue famoso por empalar a sus víctimas, Drácula no es más que un vampiro, una criatura siniestra que se alimenta de la vida de otra, un cadáver que abandona la tumba aprovechando la noche para succionar la sangre de los vivos.

Esta palabreja (vampir) surge antes de Bram Stoker en letra impresa en Alemania, pero ya en torno al año 200 Filóstrato el Viejo traza en Vida de Apolonio de Tiana el primer esbozo de cuento de vampiros cuando relata la historia del enamoramiento inducido de Menipo de Licia. Lo que resulta más complejo es averiguar el origen de la figura, que se pierde en el rastro de los tiempos antiguos entre demonios, muertos vivientes, fantasmas chupasangres más o menos corpóreos, diosecillos de dudosa catadura... Así, como recuerda Jacobo Siruela en el ensayo que abre la antología de cuentos que preparó sobre Vampiros(Atalanta, 2010), las culturas china, babilónica, hebrea, islámica, griega guardan un lugar para, sea cual sea su aspecto físico, sus características, una criatura cuya existencia está indefectiblemente marcada por la muerte, la sangre y un insoslayable componente erótico.

De la tradición folclórica al cine

La construcción del mito que popularizó Bram Stoker se va consolidando muchas veces asociada a la aparición de epidemias, plagas, la peste, la superstición y los miedos atávicos colectivos que favorecen su propagación entre el pueblo, como el propio contagio hace con la muerte, la violencia y la locura. Un escenario típicamente medieval que contaminaba el acervo popular en la Europa oriental y que vino de perlas a románticos, ávidos de paisajes góticos para componer sus historias de necrofagia, sexualidad, pecado y horror. Sin embargo, no puede obviarse que la incorruptibilidad de la carne remite en el fondo a las ansias de infinitud del alma y, recuerda Siruela, a aqueññas palabras de Cristo que fueron y son, después de Bram Stoker, el sustento de la consagración de la misa: «Aquel que coma mi carne y beba mi sangre tendrá la vida eterna». Tabú demoniaco el ideado por Bram Stoker, la promesa de inmortalidad, contra el que tanto advierte, pero tanto fomentó, la propia Biblia.

Una lenta metamorfosis lleva al vampiro, hecho popular hace un siglo por Bram Stoker, a ir abandonando los atributos animales (alas, garras, cola de pez, ojos llameantes, similitudes con el murciélago) y lo acerca hacia una morfología netamente humana (ojos inflamados, tez cerúlea, orejas puntiagudas, uñas afiladas, cuerpo delgado y encorvado, rostro feo, labios gruesos y rojos, dientes grandes y afilados). Es esta descripción la que refrenda Drácula, que ayuda al vampiro a dar el decisivo salto a la literatura desde la oralidad de raigrambre rural a la que lo confinó, demonizándolo, la Iglesia cristiana.

Bram Stoker sentó el canon iconográfico al tomar la tradición folclórica y tamizarla en el cedazo de los modelos de corte aristocrático creados por Polidori (secretario de Byron) y Rumer. Una imagen que está muy próxima a la que Murnau le confiere a Nosferatu en su filme de 1922, en parte gracias a la genial interpretación de Max Schreck. Inspirada directamente en Drácula (el cineasta cambió el nombre para evitar responder por los derechos de autor ante la viuda de Bram Stoker), esta cima de la escuela expresionista alemana inaugura la fulgurante carrera cinematográfica del personaje. La aportación posterior de Bela Lugosi (dirigido en 1931 por Tod Browning) será definitiva en el esfuerzo por profundizar en la humanización: la dignidad mortificada del héroe trágico acerca a Drácula al seductor clásico, que ya en contadas ocasiones aparecerá como un ser abyecto y horrendo. La recreación de Coppola de 1992, Drácula, de Bram Stoker, sí dará a Gary Oldman esa tortura física de la transformación cual remedo del doctor Jekyll y míster Hyde.

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