La pólvora de la tragedia

Á. M. Castiñeira REDACCIÓN / LA VOZ

HEMEROTECA

Una veintena de soldados y operarios se dedican a «desbaratar» cartuchos antiguos en un almacén militar coruñés cuando se produce una grave explosión

26 may 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Nada más que salitre, carbón y azufre. Una mezcla de ingredientes aparentemente inofensivos capaz de desatar el infierno. Porque si ese polvillo gris marengo se despierta, puede ocurrir lo que la tarde del pasado miércoles en Paramos. Algo similar a lo que sucedió en el parque de artillería de San Amaro (A Coruña) otro miércoles, de hace casi 117 años, cuando las desgracias causadas por la pólvora no procedían tanto de instalaciones pirotécnicas como la de la parroquia tudense, sino de polvorines militares, donde los accidentes eran algo tristemente habitual.

Las primeras líneas de la noticia decían: «Trátase de una catástrofe, de la cual no se sabe todavía a quién hacer culpable: si a la fatalidad o a imprevisiones desdichadas». Hacía un mes que «venía procediéndose en el parque al desbarate de una inmensa cantidad de cartuchos [...] procedentes de la campaña de Cuba». Lo que pretendía el Gobierno era vender los casquillos «como metal», mientras que el plomo se fundía «en lingotes para venderlo también».

De la operación, además de una veintena de soldados, «ocupábanse [...] algunos paisanos. Uno de ellos era Bernardo Carrillo Rodríguez, anciano de 60 años». El trabajo consistía en lo siguiente: «Sentábanse sobre cajones vacíos en torno de una larga mesa, y procedían a vaciar los cartuchos. Unos cogían estos, y dándoles con una especie de mazo golpes sobre tacos de madera, hacían salir la bala. Ya los cartuchos en esta disposición pasaban a manos de otros obreros, que con un destornillador, o una herramienta parecida, extraían el taco. Luego, golpeando sobre la misma mesa, vaciaban la pólvora en cajones. La forma en que todo ello se verificaba era, como se ve, rudimentaria, y denotaba mucha confianza en los operadores».

Ventanas volando en llamas

En eso andaban cuando fueron sorprendidos por un sonido atronador y una bola de fuego. «La explosión ocurrió de pronto, tan violenta como inesperada. El estruendo fue grande [...]. Se derrumbó parte de la techumbre. Las paredes se agrietaron. Las puertas y ventanas volaron, ardiendo, hechas pedazos».

«Todos los individuos que en el local se hallaban resultaron heridos. Sus ropas se incendiaron. La llamarada que produjo la pólvora al quemarse fue inmensa. Prodújose el pánico que es fácil suponer. Todos buscaron ansiosos la salida. El auxiliar José Pita se arrojó por una ventana que da al campo. Su hijo Ricardo, joven de 23 años [...] que se hallaba trabajando al fondo del local, ganó, arrastrándose por el suelo, la puerta. Los artilleros, lanzando gritos de dolor, salieron a una explanada que hay frente al almacén, sembrada de cebada. Como sus ropas ardían, los desdichados dirigíanse al abrevadero que hay en el patio central. Dos o tres se lanzaron dentro del mismo, procurando así atenuar sus dolores».

El periódico explicaba al detalle la trágica escena, el estado en el que quedaron los heridos, los primeros auxilios... pero «el cuadro no es para referido».

La vida por unas pesetas

«En el almacén [...] había depositados seis millones de cartuchería Mauser y 80.000 de Remington, que eran los que se iban a desbaratar. La utilidad que se obtendría por el Estado [...] sería insignificante, pues el total de producción del metal que se beneficiaba eran unos 300 kilos de cobre y 100 de plomo», que, al precio que se vendían entonces, «producirían 200 pesetas». «¡Triste realidad! La vida de 19 hombres por un puñado de pesetas». En menos de un mes, casi la mitad habían muerto en el hospital.