¿Dónde estará mi marido?

Alejandro Pérez Lugín

HEMEROTECA

20 jun 2017 . Actualizado a las 01:55 h.

Una distracción de un portero de la calle de Preciados ha estado a punto de desavenir a unas cuantas familias conocidas que viven en una de las casas más lujosas de esta céntrica vía.

Es el caso que una de estas noches, alrededor del atentado, llegó a la puerta de la susodicha casa un vecino que venía de reír con Peña en Petit Café, de aburrirse en la Comedia o de aplaudir a la Chelito en el Salón Madrid. El hombre dio los tres o cuatro o seis gritos que hacen falta para llamar al sereno, acudió casi solícito el vigilante, metió la llave en la cerradura y la puerta no se abrió. Probó con otra llave, y luego con otra y otra y otra, y así sucesivamente hasta recorrer todo el llavero, y la puerta permaneció inconmovible.

Poco después llegó otro vecino, y otro luego, y otro más tarde, y otro y otro y otro... y la puerta cerrada. Entonces apelaron a los grandes recursos: los unos empujaban la puerta, aquellos pronunciaron discursos, hubo hasta quien lloró... Y la puerta impasible.

A todas estas, el reloj de Gobernación venga correr y correr y correr. Dio la una y media, las dos menos cuarto, las dos.

-¡Cómo estará mi mujer, Dios mío! ¡Con el genio que tiene!... -exclamaba uno.

-¡Anda, que la que me va a soltar mi padre va a ser floja! -comentaba otro.

Trataron unidos de echar la puerta abajo; hasta les ayudamos algunos transeúntes con palabras animadoras; pero la puerta es muy fuerte y no cedió.

Echaron mano de un recurso heroico y se pusieron a llamar a grandes voces a «sus gentes».

-¡Fulanaaaa!

-¡Menganita!

-¡Papá!

Hicieron un gran alboroto, pero la casa es grande, los dormitorios están en el interior y nadie les oyó.

-No hay modo de entrar, señoritos

-dijo el sereno-. Se conoce que el portero ha echado el cerrojo inadvertidamente,

-¿Qué hacemos?

-No hay más remedio que irnos a dormir por ahí.

-Eso es, por ahí...

El grupo se deshizo como por ensalmo. La calle de Preciados, antes tan animada, quedó desierta...

Entre tanto, en las respectivas alcobas conyugales, ¡qué tragedia de lágrimas y celos!

-¡Infame! ¡Después de tantos años de penalidad, y con los que tiene, no venir a dormir a casa!... Y en una noche semejante, con lo que está ocurriendo de atentados y hombres aparecidos. ¡Infame! ¡Infame!

Pero lo peor fue verlos aparecer, bien entrada la mañana, tan contentos, tan sonrientes, tan frescos.

-¿Dónde ha estado usted anoche? ¡Mal hombre! ¡Mal marido! ¡Bribón!

-¿Cómo que dónde?... ¡Pues estaría bueno que encima me riñeses!...

Y referían entre graves y risueños el caso. ¡Qué nochecita! Mas como no convenciesen del todo, fue necesario apelar al testimonio de los otros compañeros mártires.

-Vecino, hágame usted el favor de subir conmigo para contarle a mi mujer...

-Con mucho gusto. Precisamente iba yo a pedirle a usted que bajase para referirle a la mía...

Toda la mañana han sido aquellas escaleras un jubileo de vecinos que subían y bajaban para testimoniar ante los respectivos jueces la personalidad de cada uno.

¡Las bendiciones que ellas le han echado al distraído portero! La que menos ha pedido su cabeza.

-Hay que quejarse al dueño.

-Hay que echarle.

Ni una sola voz se alzó en su defensa.

¡Pobre hombre!

Yo he visto luego cruzar el portal a algunos de los castigados de la vísperas. Y les he oído saludar al desdichado.

-¡Hola, Juan! -le han dicho. El infeliz temblaba.

-¿Quiere usted un cigarrito? -agregaban, alargándole un puro.

Y sonreían los pérfidos... Sonreían.

¡Pobre portero!