Que todas las despedidas sean así

Lorena García Calvo
lorena garcía calvo VIGO / LA VOZ

GRADA DE RÍO

XOAN CARLOS GIL

El Celta honró al fútbol, a su club y a su afición. Lo hizo entregándose sobre el encharcado Balaídos aun sabiendo que cada gota de su esfuerzo era baldía

12 feb 2016 . Actualizado a las 12:39 h.

El Celta honró al fútbol, a su club y a su afición. Lo hizo entregándose sobre el encharcado Balaídos aun sabiendo que cada gota de su esfuerzo era baldía. Porque en el momento en que Banega batió a Rubén Blanco, el globo de esperanza que el equipo y la afición habían logrado inflar, estalló por los aires.

Media hora fue el tiempo que tardaron los jugadores celestes en «cabrearse». Tras ese tiempo dejaron atrás su imagen templada y comenzaron a acosar a un Sergio Rico al que despojaron de galones y al que Martínez Munuera indultó. El fútbol intenso, vibrante, vistoso y ofensivo que busca Berizzo resurgió ante un Sevilla cuya calidad individual mejora a su fútbol mismo.

El Celta creyó que en la remontada de puertas para fuera, y también para dentro. El primero en demostrarlo fue Berizzo cuando decidió situar a Daniel Wass en el lateral derecho -pasando a Hugo Mallo al centro- para convertirlo en un carrilero más, lo mismo que Planas. Así, lo que en teoría era una remozada defensa de cuatro, en la práctica dejaba solo a los dos centrales, arropados por el Chelo Díaz, como únicos jugadores defensivos. El resto, todo al ataque.

Y aunque el Sevilla, con una capacidad para finalizar fuera de lo común, logró batir en dos ocasiones a un Celta más a tumba abierta que nunca, lo cierto es que el trabajo defensivo exhibido por los celestes fue notable. Tal y como quiere Berizzo, comenzaba en la presión de Guidetti y remataba en Sergi Gómez. Cada vez que el Sevilla se hacía con el balón, un par de celestes le presionaban hasta recuperar la pelota y volver a empezar. Así, una y otra, y otra vez. Eso sí, como ya había comprobado el equipo en la ida, cada error, de bulto o mínimo, le penalizó notablemente. Primero un mal saque de banda que Díaz no pudo interceptar, y luego un balón mal atacado por Sergi, costaron dos goles y hundieron el castillo de naipes en el que el Celta había puesto su empeño.

A nivel ofensivo, el bagaje celeste mostró de todo. Unas veces su cara más vertiginosa, y otras la más elaborada. Pero siempre con intención. En esta tarea el trabajo céltico fue de menos a más. Pero ni tan siquiera ahí la diosa fortuna se alió con los vigueses, capaces de generar ocasiones suficientes para la remontada, pero carentes de la dosis de fortuna que una final de Copa exige.

Porque ni estuvieron afortunados a la hora de rematar las ocasiones, ni en el arbitraje, ni tan siquiera en el penalti. Martínez Munuera, un árbitro que por currículo tradicionalmente era favorable a los intereses del Celta, pero que ayer prefirió no sacar la tarjeta roja a Sergio Rico que habría dejado a los de Berizzo con un hombre más durante media hora. Una decisión que, si bien quizás no habría cambiado el sino de la eliminatoria, al menos sí podría haber mudado el signo del partido.

Pero esta no estaba llamada a ser la final del Celta, y aunque quedarse a las puertas de pelear por el título genera dolor, a los célticos les quedó el mayor de los consuelos: El saber que lo habían dado todo cuando todo estaba perdido. Subir por la banda sin fuelle para buscar un centro imposible en el minuto 82 es sinónimo de respeto a la afición. La que empujó al equipo desde las siete de la tarde y la que coreó a sus jugadores como si acabasen de hacer historia.