El trabajo oscuro es lo que tiene. Que no brilla, no llama la atención ni recopila halagos. Y ese es, precisamente, el que acostumbra a hacer un Tucu Hernández al que el crédito se le acabó la temporada pasada. Puede que el centrocampista no tenga la visión de juego ni la rapidez de alguno de sus compañeros, pero es capaz de dotar al equipo de equilibrio, cortar avances rivales y dar pases importantes a sus compañeros. Con la estadística en la mano, el Tucu probablemente se encuentre entre los cuatro o cinco jugadores que más faltas reciben a lo largo de los partidos, y eso obedece a la necesidad del rival de anularle.
Si de algo puede presumir el futbolista es de calidad y técnica. Le sobran. Solo que en un juego vertiginoso y de revoluciones elevadas como el que manda en la Liga e impera en el Celta, las licencias estilísticas, que muchas veces son recursos necesarios, no permiten ni un solo segundo para pararse y pensar. Ese es posiblemente el debe de Hernández, que, por otra parte, considera que esa pausa es precisamente una de las cartas que puede aportar al Celta. Luego, allá cada uno con su paciencia.