Manuel Fernández Blanco: «Usar un cinturón para pegar nunca tiene afán correctivo»

Sara Carreira Piñeiro
sara carreira REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

GUSTAVO RIVAS

El psicólogo clínico del materno reconoce que el caso es mucho más grave que un cachete, y la investigación, mucho más pertinente

26 jul 2017 . Actualizado a las 16:43 h.

Una nueva denuncia de un menor, esta vez por el uso de un cinturón por parte de su padre, reabre el debate sobre la violencia que se vive en muchas familias. ¿Es lo mismo una bofetada que pegar con un cinturón en las piernas? El psicólogo clínico de la unidad de salud mental infantil del Chuac Manuel Fernández Blanco cree que hay diferencias.

-¿El uso del cinturón para corregir a un hijo es lícito?

-Primero habrá que saber si es cierto, porque los menores ponen denuncias falsas. Esa visión beatífica de la infancia es un mito. Ahora bien, si se puede comprobar la veracidad, hay que entender que por la propia modalidad del castigo hay algunos absolutamente inaceptables. En el caso del cinturón pone al castigado en una situación de objeto humillado, golpeado, y siempre va más allá de la corrección, nunca tiene afán correctivo, y por tanto hay que investigarlo a fondo y tomar medidas para proteger al menor si fuese necesario. Es un acto de sadismo.

-¿Usar el cinturón para pegar siempre es sadismo?

-Siempre. Es una escena sádica. Puede ser por haberlo vivido como objeto pasivo en el pasado o por haberlo visto en el cine o en la vida.

-¿Podría hacerlo una persona que lo hubiese sufrido antes?

-Si la corrección no es moderada y proporcional, no corrige, traumatiza. Y caer del lado de lo traumático invita a la repetición. Parece increíble pero es así: el hijo de un padre alcohólico tiene más posibilidades de ser alcohólico, aunque uno puede pensar «basta que lo hayas vivido...».

-¿Cree que hay muchos casos de violencia en las familias?

-Como este del cinturón no son tan raros. A veces incluso por parte de padres muy permisivos, que son los que llegado un momento usan los castigos más punitivos. La permisividad absoluta genera frustración, impotencia... acumulas agresividad. Es sencillo: quien aguanta menos explota menos.

-Y al revés, ¿violencia por parte de los hijos?

-Es mucho más habitual que la otra. Al menos, nos llegan más casos a la consulta: que el adolescente atemorice y pegue a los padres, especialmente a la madre.

-¿Por qué se dan esos casos?

-El hijo no admite límites, es el «yo quiero» por delante del «yo pienso», y es que evolutivamente es así. Lo peor es que el joven no siente culpa, por lo tanto estas patologías del acto, de la falta de control, son más difíciles de corregir.

-¿Se puede decir que esos hijos que maltratan a los padres sin remordimientos son psicópatas?

-No. En absoluto. La línea que separa la perversión de la patología del acto es la utilidad práctica. Un joven sin autocontrol puede golpear a su madre porque quiere salir de fiesta y ella está delante de la puerta y se lo impide, o porque le pide dinero para gastar y ella no se lo da. Es por utilidad. Un psicópata disfruta golpeándola: su finalidad no es salir, es el acto perverso.

-¿Estas patologías del acto son ahora más habituales?

-Sin duda. Antes había más pensamientos obsesivos ligados a la culpabilidad, pero el declive de la autoridad trae consigo la patología del acto.

-¿Se dan en cualquier familia? ¿O hay un perfil?

-No como patrón general. Es más fácil que se den en las monoparentales con una mujer al frente, pero la falta de un tercero es solo un facilitador. En algunas familias los padres dimiten de su autoridad ante el fracaso repetido, y a veces eso mismo invierte la relación con el hijo.