De la marginalidad a ser el casco histórico de los niños y el ocio

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

GALICIA

El paseo fluvial, uno de los espacios ganados al feísmo
El paseo fluvial, uno de los espacios ganados al feísmo emilio moldes

La peatonalización fue la primera arma de Pontevedra contra la lamentable imagen que tenía la zona vieja

16 jul 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Miguel nació en 1962. Le salió la barba en los ochenta, en aquellos años en los que la heroína empezó a abrazar las rías gallegas. Recuerda bien esos tiempos y cómo la droga se llevó por delante la vida de trece de sus compañeros de pupitre. Vivía él en el casco histórico de Pontevedra, en la calle Sierra. Decir que vivía allí es casi exagerado. Ahí estaba su casa, pero reconoce que, más allá de ella, apenas pisaba la zona histórica: «Era un sitio marginal, de trapicheo y punto, es que no se podía entrar en muchas partes. A la zona vieja se iba a por droga, esa era la realidad. O se iba a aparcar gratis. Aquello era un infierno de coches. Desde luego no era un sitio recomendable para jóvenes», recuerda. Eso ocurría hace más de 25 años. Miguel, Miguel Lago, es hoy el presidente del colectivo Zona Monumental de Pontevedra, la asociación que pone color al comercio del casco antiguo. En una frase, resume cómo se combatió la marginalidad, el trapicheo y, de paso, el feísmo que se había ido colando por cada poro del entorno monumental: «La peatonalización fue clave. Y por supuesto las actuaciones para poner bonita la zona y mejorar las plazas, también. Así fue cómo empezó todo», dice.

Lo cuenta Miguel, que desde el colectivo que preside abandera iniciativas para seguir haciendo amable la zona histórica, como por ejemplo colgar fotos artísticas de los comerciantes para identificarlos con sus negocios. Pero se oye también a pie de calle. Las claves de la transformación, además de la piedra angular de la peatonalización, fueron las continuas inversiones para mejorar el espacio urbano. Pero, ojo. No solo hubo que gastar dinero en obras. Hubo que tomar decisiones. Por ejemplo, se acabó con los botellones colosales que se hacían en la zona del Campillo, que dejaban el lugar convertido en un horrendo vertedero de botellas, en las proximidades de una de las joyas arquitectónicas de la urbe, la Real Basílica Santa María la Mayor. 

Ejército del «bonitismo»

Todo ello ocurrió hace años. ¿Ya no se combate el feísmo en Pontevedra? Sí. Quizás no tanto como se debiera, porque en la zona histórica sigue habiendo muchos rincones de fea estampa. Pero la apuesta es clara. La del Concello, y la del ejército del bonitismo que se ha ido creando en la ciudad. Porque, quizás, ese haya sido el mejor mérito: convencer a los ciudadanos de que aquel patito feo que era el casco antiguo podía ser un cisne. Y ahora no falta quien ponga su granito de arena. Hay casos especiales. Uno de ellos es el de Joaquín Diéguez, que regenta una cerería en una callejuela de la zona histórica. El hombre da color a las canaletas para evitar que luzcan sucias. Si ve una pintada en su calle, la limpia. Y lo último que hizo fue construir bancos con palés para ofrecer asiento a quien pase por la angosta San Román. 

Cuando cae la noche y la luces se encienden, el casco histórico gana en calidez
Cuando cae la noche y la luces se encienden, el casco histórico gana en calidez emilio moldes

También en los barrios

Pero Pontevedra no es solo casco histórico. La ciudad tiene muchos barrios. Y muchos otros frentes para combatir el feísmo. Entre las asignaturas superadas está, por ejemplo, haber ganado para el disfrute de los vecinos el paseo fluvial del Lérez, un paraíso en verde con playa fluvial incluida, que antes era una cuneta de tierra y árboles rodeada de una carretera invadida de coches. Se luchó también por cambiarle la cara a las popularmente conocidas como casas baratas. La prueba evidente es Salgueiriños, que ahora luce como un barrio de casitas de muñecas de colores.

Queda mucho por hacer. Hay áreas con importantes problemas de feísmo, como Mollavao. Pero hay camino andado. En Monte Porreiro, uno de los sitios donde más hubo que trabajar, falta quitar del mapa una línea de alta tensión que afea el entorno. Pero hubo cambios. Citemos uno colorido: el mural cubista del arquitecto Román Corbato para tapar un antiestético muro.

Quizás, para entender el tren del bonitismo en el que un día se subió Pontevedra, no se deban citar obras y ni siquiera hablar de la peatonalización. Eso solo fueron las herramientas. El bonitismo pontevedrés es, hoy por hoy, intangible. Lo ponen los niños que juegan libres en una ciudad sin coches; lo pone la música callejera que suena en la zona monumental; lo ponen las risas en las terrazas de las que se puede disfrutar sin ruidos de motores. Pontevedra hace tiempo que ya no está bonita. Ahora es bonita.