Atacar a la mujer en la madre

Manuel F. Blanco LOS SÍNTOMAS DE LA CIVILIZACIÓN

GALICIA

10 may 2017 . Actualizado a las 07:40 h.

El filicidio es el crimen que nos resulta más incomprensible. Nos parece especialmente antinatural que de quien se esperaría la mayor protección llegue el impulso que arrebata la vida. Especialmente si esa vida es la de un niño.

Un acto así se sale de lo natural, por eso solo puede ser producto de una mente enferma. Enferma en el sentido psicopatológico, o enferma de odio, o las dos cosas.

El asesinato de un hijo, salvo en situaciones delirantes en las que se pierde el sentido de la realidad, no suele tener como objeto último del ataque al hijo mismo. En casi todos estos asesinatos a quien se busca golpear es al otro progenitor. El asesinato del hijo es el modo de infligir la mayor de las heridas, una herida imposible de curar. Se trata de atacar al otro en aquello que más valora, provocándole la pérdida más dolorosa.

Cuando se trata de hombres que asesinan a sus hijos, a quien intentan atacar es a la mujer que hay en la madre. Atacan a la mujer porque no soportan que pueda vivir sin ellos. Por eso el filicidio, en estos casos, tiene siempre un horizonte de feminicidio. Se trata de provocar un dolor sin límite a esa mujer que no se doblega ante sus demandas o coacciones, y que decide hacer su vida sin él. En el caso que trágicamente nos ocupa, no parece casual que el pasaje al acto criminal tenga lugar el Día de la Madre.

El asesinato de un niño a manos de su padre tiene también incidencias especiales entre sus iguales. Produce un efecto de extrañamiento y convoca lo imposible de reconocer. A los niños les advertimos de la necesidad de tomar precauciones con los extraños. Los niños saben desde muy pequeños que la maldad existe, pero la sitúan siempre en el exterior. Por eso resulta especialmente siniestro que el crimen tenga su origen en lo más próximo, en lo más familiar. Ahí es donde resulta más irreconocible y angustioso.