Una mujer tapia su casa y deja sus muebles dentro tras dos okupaciones

Enrique Gómez Souto
enrique g. souto LUGO / LA VOZ

GALICIA

Óscar Cela

En un caso eran tres personas y en otro una mujer sola, que se fueron sin resistencia

01 jul 2017 . Actualizado a las 22:00 h.

La casa en la que nació y se crió la abogada lucense Ana Varela Varela, actualmente cerrada, guarda los muebles que la vieron crecer. Y no puede recuperarlos porque ha tenido que tapiar puertas y ventanas para evitar que sea ocupada por tercera vez. La historia tiene un punto de teatro del absurdo, pero no es única ni infrecuente. Varela tuvo suerte porque fue avisada con rapidez de la okupación, la policía hizo un buen trabajo y los okupas decidieron irse por las buenas. Previamente, había tenido un aviso de lo que le esperaba: un indigente se había instalado en la pequeña finca que rodea la casa y se cobijaba bajo la terraza.

Ana Varela es una abogada lucense que tiene su despacho en la ronda de la Muralla. En Garabolos, en la esquina de la carretera de A Coruña con la rúa del Arco, está la casa de sus padres, en la que ella nació y se crio. Es una casa de planta baja y primera con un pequeño terreno. Ahora está vacía, porque el padre de Ana Varela falleció y desde entonces su madre vive con ella.

Hace unos dos años, según relata esta abogada lucense, se produjo la primera okupación. Alertada por los vecinos, se presentó tan rápido como le fue posible y avisó a la policía, que acudió también rápidamente. Eran dos hombres y una mujer. Habían entrado por una ventana y, una vez dentro, abrieron la puerta. Acabaron por aceptar irse por las buenas. Visto lo visto, hizo tapiar ventanas y puertas, menos una con el fin de poder acceder ella a su casa cuando lo considerase conveniente.

Hace alrededor de un mes, de nuevo fue avisada de que había alguien en su casa, y de nuevo llamó a la policía y acudió tan rápido como pudo. Esta vez solo había una mujer, que le dijo que entró porque la puerta estaba abierta: era la única no tapiada. Como la primera vez, el asunto se resolvió por las buenas y con rapidez. Y esta vez sí decidió tapiar puertas y ventanas (menos la que tiene rejas). Con todos los huecos cerrados con ladrillo y cemento, es difícil que puedan entrar los okupas. Pero tampoco puede hacerlo ella.

Sensación de impotencia

Es, dice Varela, una situación que le provoca una «sensación tremenda de impotencia». Espera hacia el verano tener tiempo suficiente para encontrar un albañil que rompa la pared levantada en una puerta, entrar y sacar algunos muebles que les interesan, para, seguidamente, volver a ordenar el tapiado. La finca, como ya se indicó, no está en un lugar apartado y solitario. No: está al pie de la transitadísima carretera de A Coruña, en el borde norte de la capital lucense, separada por la rúa del Arco de una lavado de coches. La finca está cerrada con una malla metálica y tiene una cancilla asegurada con candado. La casa no está oculta por árboles ni otras barreras visuales desde las dos calles a las que da. Y, pese a ello, ya antes del primer intento de okupación tuvo un visitante no deseado, que se conformaba con estar en el terreno libre y guarecerse bajo la terraza. Además, según Ana Varela, recogía basura que trasladaba a este terreno y hacia fuego. A pocos metros, en dirección a A Coruña, hay una gasolinera.

La abogada Varela destaca el buen trabajo realizado por la Policía Nacional en las dos ocasiones. Cree que es preciso establecer mecanismos más ágiles en el campo judicial para que los legítimos propietarios de los edificios puedan poner de patitas en la calle a los que los okupan, sin necesidad de pasar, en algunas ocasiones, un verdadero calvario. «Ponlo, ponlo -dice Ana Varela-, a ver si alguien hace algo». El de enfrentarse a una okupación es, señala, un trago duro de pasar desde muchos puntos de vista, incluido el sentimental. En este caso, muy especialmente para la madre de Ana, que ya tiene 84 años.

Propietarios de viviendas vacías en toda Galicia enladrillan puertas y ventanas para evitar intrusos

La escena se repite por toda Galicia: una casa cerrada desocupada aparece con las ventanas y puertas tapiadas. Casi siempre hay pintadas que desvelan que hace tiempo que esa vivienda no es el hogar de nadie. Es la solución que muchos propietarios se ven obligados a tomar para esquivar la okupación de sus casas, que puede suponerles disgustos, tiempo de espera para poder disponer del inmueble y mucho dinero en trámites judiciales.

Muchas de estas viviendas son propiedad de un grupo de herederos que no se ponen de acuerdo para la venta o de personas que no viven en la comunidad, y por tanto susceptibles de ser okupadas sin que se detecte.