Javier Dorado: «Hace más por la natalidad un jefe sin malas caras que una ayuda de mil euros»

Juan María Capeáns Garrido
juan capeáns SANTIAGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

benito ordoñez

Al alto cargo más joven del Gobierno (es director del Instituto de la Juventud) le toca defender a una parte de la sociedad en vías de extinción

27 mar 2017 . Actualizado a las 09:58 h.

Mariano Rajoy ha recurrido a la cantera gallega para dirigir el Instituto de la Juventud. Javier Dorado ( Vigo, 1988), actual secretario general del PP de Vigo, exparlamentario gallego y exsecretario de Nuevas Generaciones, se convierte así en el alto cargo más joven del Gobierno de España. Es padre desde hace unos meses y quiere un futuro mejor para su pequeña, pero también para los que ahora sufren el paro, la emigración forzosa o las dificultades para emanciparse y, como él, desean formar una familia.

-Lleva unas semanas en un cargo nuevo para usted. ¿Ya está al día?

-Sí, lo suficiente como para proponerme revitalizar el Injuve y darle otra imagen, porque no es suficientemente conocido. Soy consciente de que estamos aquí para facilitarles la vida a los jóvenes y ofrecerles soluciones.

-Usted digirió Nuevas Generaciones en Galicia y en España, pero esto es distinto.

-Desde luego, técnicamente seguro que había perfiles más adecuados, pero precisamente una de mis misiones es darle una visión política al Injuve, que no quiere decir que sea partidista. Política también es solucionar problemas y organizar la sociedad, no solo tramitar expedientes y subvenciones.

-Las competencias de juventud son de las comunidades: ¿le queda margen de maniobra?

-Sí lo hay. Voy a poner especial interés en desarrollar el programa Cervantes, que es como el Erasmus pero dentro de España y para estudiantes de ESO y bachillerato; y el Juventud 2020, que pretende aglutinar todas las estrategias del Gobierno para los jóvenes.

-En la web de Injuve las fotos son de jóvenes rubios y urbanitas. ¿Es igual un joven madrileño o gaditano que uno gallego?

-Hay matices en la personalidad, en el modo de vida y en las prioridades vitales. Ocurre con los mayores y con los jóvenes también. Lo que sí pretendo es trasladar lo que aprendí en Galicia sobre los jóvenes, que por cierto fue la primera comunidad que alertó del problema demográfico.

-Por fin se reconoce como un problema de Estado.

-El problema es igual en todas las comunidades, puede ser más o menos acusado por la tasa de natalidad, pero el envejecimiento de Europa y España es extremadamente grave, estructural y además no se arregla de un año para otro, como el PIB.

-¿Hace lo suficiente la Administración para revertir la situación?

-Tenemos que poner todos los incentivos posibles para que los jóvenes puedan tener facilidades para crear una familia, pero somos conscientes de que nadie va a tener un hijo porque le des mil euros por un bebé. Yo no conozco a nadie, y el que lo haya hecho es un irresponsable. Esto solo se arregla con conciencia social y política. Hace falta ese salario emocional que supone que en tu trabajo te den todas las facilidades. Un jefe que no ponga malas caras si pides una excedencia para cuidar a un menor hace más por la natalidad que cualquier ayuda de mil euros. O que algunos dejen de preguntar en las entrevistas de trabajo si vas a tener niños. Esa concienciación tendría un efecto mayor que los incentivos de la Administración.

-El empleo parece la solución a todos nuestros problemas.

-No, no del todo. No sé si es políticamente correcto decirlo, pero Japón y Alemania tienen técnicamente lo que se llama pleno empleo, y el problema demográfico es el mismo que en España. Hay elementos culturales en los jóvenes que se plasman en su vida, lo cual hay que respetar. El empleo da autonomía, es un elemento indispensable, pero no es la varita mágica.

-Su sueldo como director general, más de 80.000 euros, le aleja de la realidad de los jóvenes.

-Solo tengo que entrar en el WhatsApp de mis amigos para mantener los pies en la tierra. Uno se ha ido a Irlanda a trabajar, otro a Taiwán a aprender chino, otro a Australia... Unos han vuelto, otros no. Mi mayor reto es escuchar y estar en contacto permanente con la gente. Los llamados millennials [nacidos después de los 80] han sufrido las peores consecuencias de la crisis y el país no dio respuestas a su inversión en formación. A los que se fueron por obligación hay que decirles que su país está con ellos, y no sé si pedir disculpas, pero al menos que sepan que trabajamos para devolverles esa oportunidad. Y luego hay jóvenes invisibles en entornos de exclusión social a los que hay que defender.

-Usted empezó a los 16 en política: ¿hasta cuándo?

-Esto tiene un límite, percibirlo como una profesión es erróneo. Hay gente que llega a los 70 y otra a los 20, pero todos somos necesarios. Ahora tengo el honor de ocupar este cargo con 28 y soy consciente de que me pone en el punto de mira. Habrá muchos que son mejores, pero yo voy a intentar hacerlo con diligencia, tiempo, cariño e ilusión. El día que me falten dejaré la política.