Una apuesta por la calidad

Cristóbal Ramírez

GALICIA

27 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Noruega, Gran Bretaña, Croacia... Cada vez son más los países que han decidido darles un uso turístico a algunos de sus faros. Por alguna razón que sin duda hunde sus raíces en la prehistoria y en el valor psicológico del fuego, los faros siempre atrajeron. No a los barcos, a quienes solo orientaban, sino a las personas. Un faro es un lugar mágico y misterioso por definición. Y el torrero, un hombre solitario enamorado de la naturaleza y poco amigo de las visitas. También por mera y quizás injusta definición.

Y si a principios de los ochenta del siglo pasado y con ilusionante desvarío alguien proponía convertir el de las Sisargas en parador de turismo, ahora es el momento de plantearse de verdad qué hacer con esas instalaciones. Los escasos ejemplos existentes dan fe de que pueden ser negocio. Y ahí está el restaurante que ocupa el de punta Cabalo, en A Illa de Arousa. Desde luego, hay que olvidarse de pernoctar en uno de esos edificios singulares al precio de una casa de turismo rural: dormir en un faro escocés o en uno galés implica sacar de la cartera no menos de los 200 euros por noche. ¡Pero eso es justo lo que necesitamos y lo que debemos (tenemos que) querer! Turismo de calidad -al que hay que ofrecerle y darle justo eso: mucha calidad- y de alto poder adquisitivo. Sin llegar ni de lejos a esos precios pero en absoluto entrando en la categoría de los baratos. Así cuesta dormir en un remozado astillero, el único en que se puede pernoctar en Galicia: el Balcón del Río Covés, en Pontedeume. Le va muy bien. ¡Y tan solo tiene una habitación!