Silencio en el tren al pasar por O Porriño

e. v. pita VIGO / LA VOZ

GALICIA

ALBA PEREZ

El convoy, repleto de turistas y mochileros, pasó junto a los amasijos de los vagones descarrilados

12 sep 2016 . Actualizado a las 09:21 h.

El Tren Celta matutino volvió a cubrir ayer la ruta reabierta desde Vigo a Oporto con medio centenar de pasajeros. Al pasar por O Porriño, los ocupantes del convoy se estremecieron al ver esparcidos por la vía los amasijos de metal desprendidos por los tres vagones descarrilados. «Fíjate, está tapado con una carpa azul», comenta un viajero, en referencia a la máquina en la que murieron 4 personas el viernes.

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El convoy cubre una línea internacional pero, a decir verdad, no pasaría las exigencias mínimas de una auditoría. No está pensado para dar servicio a un tipo de viajero que se dirige a hacer el peregrinaje del Camino Portugués, visita el país vecino o acude a Oporto o Lisboa a tomar un vuelo a Latinoamérica.

Para empezar, no se tuvo en cuenta que el perfil del usuario es el de un viajero extranjero cargado de pesadas maletas o bultos. Ayer subieron mochileros que cruzan Europa con el billete InterRail, familias sudamericanas de camino al aeropuerto, jubilados españoles de excursión y vecinos lusos. Algunos deportistas cargan con sus bicicletas. A pesar de ello, no hay espacios habilitados para las bicis. Tres ciclistas las guardaron ayer en una cabina del tercer vagón porque no había otro lugar mejor. Las maletas pesadas son acomodadas entre los asientos porque los viajeros no son capaces de subirlas a los estantes portaequipajes. El hecho de que muchas mochilas estuviesen almacenadas sobre las cabezas de los pasajeros ocasionó su caída sobre las víctimas del accidente, como recordaba horrorizado el californiano Bill Brice. En un tren internacional, habría sido más sensato habilitar espacios separados para colocar horizontalmente las maletas más grandes como hacen los buses de los aeropuertos.

Hay otros detalles que tampoco se cuidan. El modelo destartalado del vagón tampoco es el más adecuado para un trayecto internacional, aunque solo fuese por dar imagen. En los vagones viajan turistas centroeuropeos acostumbrados a circular de un país a otro en unos trenes eléctricos ultramodernos y bien equipados. A veces no disimulan su indignación. El propio personal de Renfe reconoce que esto nada tiene que ver con las comunicaciones entre España y Francia.

Un pasajero jubilado de Vigo, que hacía una excursión a Oporto con su pandilla, reconoció el modelo de convoy como un camello «por las jorobas en el techo para habilitar el aire acondicionado». Le vinieron recuerdos de su juventud, cuando viajaba en camello a estudiar en Santiago. Una tortura para los universitarios gallegos desesperados por el lento transporte por vía única.

Ruido y traqueteo

El primer vagón va separado por dos compartimentos. El más próximo a la cabina del maquinista solo tiene una veintena de asientos y resultó mortal para el interventor, el joven en prácticas que viajaba como pasajero y un turista norteamericano. En cambio, los viajeros del segundo compartimento se salvaron y algunos incluso salieron ilesos pese a que el vagón quedó inclinado 45 grados. El convoy parte con tres minutos de retraso, a las 9.05 horas. Nada más arrancar, se nota el fuerte ruido de los motores diésel y el traqueteo, que todos las víctimas del accidente mencionan. Solo parará en Valença. Pasada la estación de Redondela, con hermosas vistas a la ría cubierta de niebla, toma velocidad hacia O Porriño. La planicie que atraviesa, entrada natural de los peregrinos, está salpicada de chalés y huertas. En este tramo sin electrificar el tren pasa a unos 60 kilómetros por hora.

Técnicos trabajando

Al llegar a una zona de polígonos industriales, el convoy reduce la velocidad, indicio de que se aproxima a la estación de O Porriño, que pasará de largo. Una señal amarilla marca 30, el convoy sigue siempre recto, sin desviarse por ninguna aguja, y cruza por el medio el puente de la estación. Se hace el silencio en el vagón. Por la ventanilla derecha se atisba una vía lateral salpicada de amasijos de hierro esparcidos por el suelo. Los técnicos con chalecos amarillos trabajan junto a los vagones machacados del tren Celta que descarriló. Un viajero respira aliviado al pasar de largo.

Valença es la primera parada, tal y como avisó el revisor. El tren llega a ese destino a las 9.40 horas. Se tarda lo mismo que en coche. Unos carteles con la palabra Linha son la única pista de que estamos en Portugal porque no hay anuncios por megafonía. El interventor español se apea y el tren sigue.